La serpiente sin
ojos, de William Ospina. Editorial Mondadori.
Cierro, a falta de
leer el celebrado El país de la canela, la trilogía que el colombiano William
Ospina inició con Ursúa y que ha narrado, bajo la forma de biografía novelada
del descubridor navarro por tierras de lo que fuera la Nueva Granada, el Perú y
el Amazonas, las vicisitudes y atrocidades de la Conquista de esas tierras. Una
narración que ha seguido probablemente la estela de la devoción de Ospina por
el poeta sevillano Juan de Castellanos, al que en su día ya atribuyó “el
descubrimiento poético de América”, que elaboró una crónica de las vicisitudes de los
españoles por aquellas tierras en forma de un ingente poema, y que dejó escrito
que “los hechos de aquellos tiempos no podían ser un cuento si a la vez no eran
un canto”, ejemplo que en buena parte ha intentado seguir el Ospina en esta
trilogía.
Esta novela probablemente
imita el estilo de las crónicas de la época; diría que incluso tiene, bajo esa
prosa algo barroca de Ospina, el regusto de odas clásicas más antiguas, donde
las hazañas guerreras de Pedro de Ursúa se describen a la manera de los
trabajos de Hércules (sin escatimar palabras hacia la violencia gratuita y
sangrienta que se derramó sin tregua por aquellas tierras). La conquista que
nos muestra Ospina es, por otra parte, un episodio lleno de traiciones y de
disputas, de insubordinaciones llevadas por la ambición y de levantiscos
emigrantes.
Se centra esta
tercera parte en el periodo final de la vida de Ursúa, cuando emulando la
expedición de Orellana que descubrió para Occidente el Amazonas, pretendió ir
en busca de Eldorado que según la fantasía de la época esperaba en aquella
frondosa selva. El narrador, un cronista de la época al estilo de Juan de
Castellanos, al que Ospina hace ecuánime y justo en el juicio hacia las
atrocidades sufridas por los indios, pero al que la fuerza y juventud de Ursúa
también fascinan como si de un moderno Alejandro Magno se tratara, fue
partícipe de la expedición de Orellana, y agotará en los oídos del navarro las
mil y una historias de aquel viaje, que como cantos de sirena despertarán
todavía más la lujuria ambiciosa del conquistador. No sabrá leer en esas
historias las advertencias de quienes sobrevivieron a un viaje que, a
diferencia del de Ursúa “ignoraba la existencia de la selva y del río; todo fue
un accidente, nuestra hazaña apenas consistió en sobrevivir (…) lo que
encontramos ningún hombre blanco lo habría imaginado, y fue eso lo que nos
permitió sobrevivir”. Aquel era un mundo “gobernado por leyes que no sabemos
descifrar”.
La voz del narrador
todavía vive deslumbrada constantemente por la desmesura de un continente
virgen, inabarcable para el hombre, hecha de “cordilleras cuya sola vista fatiga”.
Pero esta historia es también una historia de amor, del idilio que Pedro de
Ursúa mantiene con Inés de Atienza, una noble mestiza a la que hacían
descendiente del mismísimo Atahualpa, un amor que describe el libro como
insaciable, hasta el punto que la llevará a acompañarlo en su viaje, con
trágicas consecuencias.
Avanza la narración
con una medida lentitud, casi con cautela. Es como si la Amazonía esperara acechante y poco a poco lo fuera impregnando todo con su tiempo parado,
intuyendo el previsible final. Todo parece abocado al fracaso: un tropa hecha
de maleantes, la ambición de Ursúa, la imprudencia de Inés de Atienza, las
leyendas sobre ciudades de oro, la locura Aguirre. “Tal vez los dioses protegen
el mundo enloqueciendo a los hombres, haciendo que al final vuelvan contra sí
mismos sus aguijones, y en ello no hay maldad, porque la selva no piensa ni
conspira, sino la oscura ley de la vida protegiendo sus secretos”.
Me gusta la prosa de
Ospina, probablemente es la prosa de quien fue poeta antes que narrador, es
densa como esa serpiente sin ojos del título. Tal vez sea demasiado densa para
algunos. El único reparo que en mi modesta opinión he encontrado ha sido el
intercalado de poemas entre sus cortos capítulos que me ha lastrado un poco el
ritmo de la lectura, ya de por sí lento. Sin duda es ese estilo lo que más me
gusta de la novela: más allá de las apreciaciones históricas, de las
referencias y de los datos necesarios para construirla (que sin duda han de
mantener una fidelidad mínima con los hechos) es la prosa de este libro la que
nos acerca a ese periodo, la que nos hace percibir, ni que sea minimamente, esa
sensación de constante asombro que ese nuevo mundo probablemente despertó.
2 comentarios:
Uy, seguro que está bien, pero me interesa más bien poco el proyecto, no sé por qué.
Bueno, supongo que puede llegar a parecer, de entrada, una novela histórica más, que son auténticas plagas y de las que yo mismo suelo huir como la peste...
Gracias por pasarte por aquí.
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