lunes, 7 de enero de 2013

¿POR QUÉ NO ME GUSTARON LAS BENÉVOLAS?



Las Benévolas, de Jonathan Littell. Editorial RBA, traducción de María Teresa Gallego Urrutia.

No suelo referirme a libros que no me hayan gustado. Sólo cuando estos me decepcionan, o bien cuando, además, me cuesta entender la aceptación que puedan haber suscitado.

Hace ya un tiempo se editó en España Las Benévolas, escrito originalmente en francés por un desconocido escritor norteamericano llamado Jonathan Littell, que suscitó entusiasmo en su momento y que trataba un tema tan fascinante como complejo: ponerse en la piel de un oficial nazi (un tal Maximilian Aue) durante la segunda guerra mundial, y hablar y pensar por él. Además, venía acompañado de aduladoras críticas tanto desde el mundo literario (Vargas Llosa) como de supervivientes del Holocausto (Jorge Semprún). La única voz discordante que recuerdo haber leído en ese momento tal vez fuera la de Claude Lanzmann, que se preguntaba si era necesario ponerse en la piel de un criminal, cosa que probablemente todavía estimulaba más su lectura.

Desgraciadamente, tras iniciar de manera igualmente entusiasta el libro, acabé abandonándolo allá por la página 700 (de sus casi 1000 que tenía). Es una mala costumbre que he practicado en más de una ocasión: dejar libros a medias. Supongo que uno tiene en la cabeza ya más libros por leer de los que leerá el resto de su vida, y a veces provoca cierta irritación estar perdiendo el tiempo en algo que no te está gustando.

¿Por qué no me gustaron Las Benévolas? Primero porque creo que no consigue el tan anhelado objetivo de situarse bajo la piel de un oficial nazi. A pesar de que vive impasible las matanzas en Ucrania y que a su vez es capaz de mantener conversaciones de cierta erudición cultural (manteniendo ese dilema de hasta qué punto la cultura nos hace mejores) no deja de ser retratado con toda una serie de complejos y dilemas personales, en varios casos de tipo sexual, desde su homosexualidad disimulada hasta sus fantasías incestuosas con su hermana. Es un ser retraído, solitario, y por tanto seguimos encontrándonos con ese retrato del nazi que queremos alejar de nosotros mismos, como fruto de una anomalía, sin apostar por hacerlo “más cercano” y podernos así hacer la pregunta de cómo fue posible todo aquello.

Por otro lado hay un deseo un tanto farragoso que hacernos ver todo lo que este escritor a leído sobre el tema, una abundancia de material y de documentación excesivo que a veces lastran la narración, como el abundante vocabulario militar y administrativo del Reich, o las páginas que le dedica a las lenguas del Cáucaso, por ejemplo, tema sin duda fascinante pero que poco aporta a la novela.

Finalmente, una pregunta que suele surgir en este tipo de novelas: ¿por qué esa manía de situar al personaje principal en todos y cada uno de los escenarios decisivos? Ya sé que puede ser muy atractivo hacerlo, pero el problema es que nos encontramos a Aue en las matanzas de Ucrania (incluida creo la de Babi Yar), en el Cáucaso, en la batalla de Stalingrado, de vuelta a Alemania (donde surge mi primer desconcierto, cuando “reaparece” de manera un tanto esperpéntica en un Hospital y parece como si la novela se le hubiera acabado y la ha de recuperar otra vez), visita Auschwitz (como no) y acaba (tras otros varios periplos) en el mismísimo Bunker con Hitler, al que parece ser que acaba por morder en la nariz sin más consecuencias (páginas que por suerte me ahorré de leer tras mi abandono).

La verdad es que como cantos de sirena veo cómo los comentarios de contraportada me llaman a que recupere su lectura, pero dudo que vuelva. Todavía tengo el punto de libro en la página 682 (una fotografía de uno de los palacios de Ludwig II de Baviera, el Rey Loco) y creo que ahí se quedará.

Acabaré reproduciendo un fragmento de HHhH de Laurent Binet (lo recordaba pero como no tengo el libro, lo he podido encontrar en Internet) donde me encontré justamente con un comentario respecto a este libro. Binet se muestra en varios momentos, si no recuero mal, hastiado e irritado por su lectura, y sentencia con un comentario iluminador:

"He leído en un foro lo que decía un lector muy convencido a propósito del personaje de Littell: "Max Aue suena verdadero porque es el espejo de su época".No! Suena verdadero (para algunos lectores fáciles de engañar) porque es el espejo de nuestra época: nihilista, posmoderna, por resumir. En ningún momento se ha sugerido que ese personaje se adhiera al nazismo. Hace alarde, por el contrario, de un desapego a menudo crítico con la doctrina nacionalsocialista, y en eso no se puede decir que refleje el fanatismo delirante que reinaba en su época. En cambio, ese desapego del que alardea, ese aire hastiado de vuelta de todo, ese malestar permanente, ese gusto por el razonamiento filosófico, esa amoralidad asumida, ese sadismo desabrido y esa terrible frustración sexual que le revuelve las entrañas…¡todo eso claro que sí¡ ¿Cómo no había caído yo antes en la cuenta? De repente lo veo claro:”Las bénevolas es Houellebecq entre los nazis, así de sencillo.”








3 comentarios:

Carol dijo...

Yo tampoco pude terminarlo y eso que lo empecé con ganas, pero comparto muchas de las críticas que le haces, es un libro que termina cansando, se enrrolla mucho, da muchas vueltas a temas que realmente no tienen nada que ver con la trama, además de la abundancia de datos y cargos militares que abruman, no creo que pueda retomarlo, la verdad. Un abrazo

JOAQUIM dijo...

Me alegra saber que alguien con tu criterio tampoco acabó el libro... la verdad es que con tantos elogios en suplementos culturales de todo tipo me he topado con multitud de comentarios no tan benevolentes de muchos lectores. Un abrazo.

Alquiler de computadores dijo...

Un gusto dedicar mi tiempo a tan excelente libro, ya casi llego a su fin.