domingo, 13 de marzo de 2022

LA PIEDRA PERMANECE

La piedra permanace: historias de Bosnia-Herzegovina, de Marc Casals. Editorial Libros del K.O.



“El agua fluye, la piedra permanece”. 


El título de este libro nos remite a esta frase que leyó el viajero francés del XIX Albert Bordeaux en alguna de sus visitas a Bosnia. Cada cual lo podrá interpretar a su manera, pero una vez leído este libro tal vez podamos entender más profundamente su significado. Una frase que leída en su momento fuera un reflejo de los devenires históricos de Bosnia, pero que ahora la veríamos tristemente profética. 


Marc Casals, que en el prólogo nos confiesa su amor hacia esas tierras y cómo llegó a ellas, nos cuenta la apasionante y trágica vida de diversas personas que tuvieron que hacer frente a una guerra que en ocasiones queremos ver como inevitable (esa visión de conflicto inherente a esas tierras que el propio autor critica), pero que explicadas a través del día a día de los que la vivieron pueden llegar a parecer ahora incomprensibles. Personas que ahora situaríamos en cualquiera de los grupos étnicos (serbios, croatas, musulmanes, judíos …) a pesar de no sentirse del todo identificados con ellos. 


Sería sencillo englobar el libro en el terreno de lo que comúnmente llamamos “no ficción”, pero lo más acertado sería pensar en una forma más híbrida donde el testimonio personal, la literatura de viajes o la narrativa están presentes y donde (como muy acertadamente he leído en otras reseñas) el autor se mantiene en una prudente distancia para ceder todo el protagonismo a los testimonios. 


Todas esas experiencias fueron recogidas a lo largo del tiempo por el autor tras diversas entrevistas y ahora vertidas en este libro (en ocasiones protegiendo algún nombre o identidad) en forma de historias que nos hablan a pie de calle de cómo vivieron la debacle de la antigua Yugoslavia, no entreteniéndose tanto en explicarnos sus motivos o causas, sino en hacernos ver a través de los ojos de los que lo vivieron las diversas realidades. Es el conjunto de todas esas vidas lo que al final nos llevarán no tanto a “entender” el conflicto (cosa que no sé si es factible del todo) como a reconocer la dimensión humana que tuvo. Historias de personas que, como la piedra del título han permanecido en Bosnia tras los traumas vividos durante la guerra gracias a su valor y tenacidad. 


No sólo se perciben los ya conocidos enfrentamientos entre grupos o nacionalidades, sino también cómo entre ellos las diferencias podían ser grandes: entre los serbios de Belgrado y los de Bosnia, o los croatas de Herzegovina respecto a los de Zagreb o Dalmacia. Al final siempre serían los que vivían en Bosnia los que acabarían siendo los perjudicados, los apestados, y en definitiva Bosnia la más perjudicada de entre las tierras de la antigua Yugoslavia. 


Leyendo de nuevo la sentencia que da título al libro me doy cuenta de la importancia de los ríos en la mayoría de historia recogidas. Tal vez sea lo que las una a todas ellas: las caudalosas aguas de los ríos que surcan Bosnia, todos ellos muy presentes en estas historias: el Neretva, el Vrbas, el Uvac o el Miljaka. Como agazapados, parecen un personaje más en esta historia, el único capaz de hacer que la vida siga adelante a pesar de la muerte y la destrucción que han llegado a reflejar sus aguas y de los cadáveres que han arrastrado río abajo. 

Como muchos historiadores que se han acercado a la historia reciente (y pasada) de esta parte del mundo, el autor se niega a aceptar esa especie de maldición que aboca a sus habitantes a una violencia atávica, pero es difícil leyendo este libro no pensar en ella: en sus luchas fratricidas nunca consumadas o en las venganzas históricas pendientes de una mejor ocasión. De todas maneras, son necesarias (y bienvenidas por el lector) las pinceladas históricas con las que inicia la mayoría de estos relatos para situarnos en ese momento de finales del siglo XX.  


Es curioso entroncar esa visión con la mirada que se hace en un momento del libro de la literatura bosnia, “un tipo de narración establecido por Ivo Andric y Mesa Selimovic, caracterizado por el fatalismo y la voluntad de captar la tragedia tanto de Bosnia como de la condición humana. Las nuevas generaciones intentan socavar ese modelo, al que, pese a admirar a Andric y Selimoc, Nihad (el protagonista de la historia referida en ese momento) formula dos reproches. El primero es que el marco de la acción es siempre el Imperio otomano y la Bosnia contemporánea solo se aborda de refilón. El segundo es la casi completa falta de humor, cuando es un rasgo esencial de la cultura bosnia”. 


Otra vez el humor como alma de los pueblos oprimidos o condenados.  


Por mi edad tampoco puedo dejar de identificarme con otro párrafo: “la generación bosnia nacida a mediados de los setenta ha quedado atrapada entre dos mundos, uno que ya no existe y otro al que jamás pertenecerá del todo. Crecieron en una Yugoslavia todavía estable, educados en los valores de la Unidad y la Fraternidad y, desde la adolescencia, se interesaron por la cultura urbana. No obstante, su paso a la edad adulta quedó truncado por la guerra, que convirtió a estos cachorros del socialismo en carne de cañón. Ningún grupo de edad quedó tan diezmado por la violencia”. 


El impacto que me causó en su momento esta guerra también está provocado por algo similar: la percepción al final de la adolescencia de un mundo que estaba transformándose, que estaba periclitando y que de su seno podía surgir esa bilis. Tal vez por eso lo he visto siempre tan inquietantemente cercana. 


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