martes, 21 de diciembre de 2021

LA NOVIA PRUSIANA

La novia prusiana, de Yuri Buida. Automática Editorial. Traducción de Yulia Dobrovólskaya y Jose María Muñoz Rovira


Znamenesk, la ciudad natal de Yuri Buida (uno de los autores rusos actuales más destacados) no siempre se llamó así. Durante siglos, tal como menciona Buida en algunos de estos relatos se llamó Wehlau. Y como también recuerda en varias ocasiones los ríos de su infancia no siempre se llamaron como se llaman hoy en día. Fue tras la ocupación soviética de la antigua Prusia Oriental, arrebatada a Alemania tras la derrota del nazismo que los soviéticos traídos como colonos a estas tierras (entre ellos los padres del escritor) renombraron estos lugares tal como son nombrados hoy en día. 

Únicamente dos cosas parecen perdurar de aquellos siglos, aquello que los expulsados no se pudieron llevar consigo: los muertos y los adoquines de las calles, tan pulidos y perfectos. Estos dos elementos aparecen en múltiples ocasiones como un recuerdo constante a los nuevos colonos venidos de todo el amplísimo espacio soviético que allí los fantasmas del pasado no hablarán su lengua. 

Así como Zagajewski en Dos ciudades nos recuerda los dilemas del desarraigo de los ciudadanos polacos que como él y su familia fueron desplazados hacia el oeste junto a su país para poblar ciudades que habían sido vaciadas de sus pobladores alemanes, las narraciones de Buida también recrean esas contradicciones y busca en sus cuentos crear un espacio mítico personal a falta de uno colectivo. Porque eso es lo que hace Buida con estos cuentos: poblar ese mundo, el mundo de su infancia, de nuevos mitos con las vidas de todos aquellos que llegaron hasta allí. De hecho, es un libro publicado originalmente en 1998 pero que ha ido ampliándose con los años con nuevas narraciones, lo que lo convierte en un auténtico microcosmos que, aunque desaparecido en la realidad sigue creciendo en la literatura. 

De la mano en ocasiones del realismo mágico y con un peculiar y triste sentido del humor, nos muestra la cruda realidad cotidiana de una multitud de personajes. Aunque algunos de ellos aparecen en varios de los cuentos (como Liosha el policía o Shéberstov el médico) cada una de las narraciones suele centrarse en algún habitante de la ciudad. Personajes desarraigados que llegan del resto de la URSS a repoblar esas tierras, que parecen no tener un pasado y cuyo presente no es mucho más alentador. Son historias sórdidas de supervivencia cotidiana en un mundo hostil, lejos de la fantasía socialista que en esos años (estamos hablando de la década de los 50-60 del siglo pasado) se quería exportar al mundo. 

Al final, la imagen que nos queda de ese espacio, de la gloria de los caballeros Teutónicos o de los grandes campos de batalla donde lucharon varios pueblos por la supremacía de Europa, se parece más bien a la de una especie de vertedero, un vertedero de la historia donde van a parar personas y vidas. 



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