viernes, 7 de agosto de 2020

EL VERANO QUE MI MADRE TUVO LOS OJOS VERDES




El verano que mi madre tuvo los ojos verdes, de Tatiana Tîbuleac. Editorial Impedimenta, traducción de Miram Ochoa de Eribe

Tuve ocasión de acercarme antes a esta novela, cuando ya por entonces recogía el elogio unánime no sólo de la crítica sino también de los lectores. Tras dilatar su lectura durante tanto tiempo es fácil encontrarme ahora con una novela que no va a ser del todo lo esperado. La expectativa en literatura no suele ser buena consejera.

El inicio marca muy bien el tono que pretende este libro: el odio por parte del protagonista (Aleksy) hacia su madre, descrito en primera persona. Un odio visceral, sin tregua (del que más tarde conoceremos su origen), todo ello enmarcado en el seno de una familia desestructurada de emigrantes de Europa del Este afincados en Londres, aunque esto último no tenga excesiva importancia en el desarrollo de la novela: no ha pretendido esta escritora moldava una referencia excesiva hacia sus orígenes (aunque el desarraigo de sus protagonistas no deje de jugar su papel), sino explicarnos una historia extrapolable a cualquier lugar del mundo sin que nos condicione que esté escrita originalmente en lengua rumana.

La perspectiva de un verano con su madre en un pueblo de Francia no hace sino afilar más todavía esa prosa autodestructiva, escrita por alguien que además sufre una serie de problemas psicológicos que lo llevan a protagonizar ataques de ira que en el pasado ya le acarrearon serios problemas.

La novela se estructura en multitud de capítulos de escuetas dimensiones, lo que permite ir construyendo la historia a partir de pequeñas situaciones, centrándose en ciertos momentos o estados de ánimo, y sobretodo le permite moverse en el tiempo: tanto hacia el convulso pasado donde poco a poco intuimos el origen de todo, como hacia un no más prometedor futuro donde su vida ha cambiado totalmente y desde donde, como recomendación de un psicólogo, está escribiendo este libro, intentando plasmar los momentos claves de ese verano que condicionará su futuro. Ello nos permite ir entendiendo el origen de ese lenguaje empozoñado y de sus ataques de ira.

El lenguaje también creo que es fiel reflejo de esos bruscaos cambios de ánimo provocados por sus problemas psicológicos, pasando de una prosa afilada e hiriente a imágenes más líricas con la que recuerda ciertos momentos de su vida, llegando a imágenes como “la cogí en brazos y la deposité poco a poco en el agua, como un velero de papel”.

Y entre esos capítulos aparecen pequeños párrafos de a penas una línea, como versos caídos de algún poema, que tienen como centro los verdes ojos de su madre, que van modulando la historia secretamente y donde vamos viendo cómo cambia la visión de Aleksy hacia ella, especialmente a partir del momento que lo hace conocedor de sus graves problemas de salud.

Tal vez sea lo que me haya decepcionado un poco al final: ese cambio de tono ahora más contenido y conciliador, un poco drástico tras las páginas anteriores. Tal vez se podría haber explotado más el conflicto entre la nueva situación que viven ambos con el turbulento pasado y los agravios hacia una infancia en parte desaprovechada. Entiendo que a partir de ese momento es su madre quien parece querer escribir su historia, explicar todo aquello que la ha llevado a ser como es y arrojar luz sobre la infancia de Aleksy.

De todas maneras la novela no cae en un exceso sentimentalismo y no llega a ser una conciliación al uso: el monólogo de Aleksy, que nos lleva a través de la historia, cede a sus instintos autodestructivos pero no deja nunca el tono agridulce.

Además, queda el humor, un humor negro que se mueve desde la descripción irritante de cualquier peculiaridad de su madre a una visión algo más reconciliadora de su nueva vida : “mi  madre parecía una planta de interior sacada al balcón. Yo parecía un criminal lobotizado. Éramos, por fin, una familia”, o bien lamentando los años de su infancia que prefiere olvidar ahora que empieza a conocer a su madre de verdad: “¿Por qué no había empezado mi madre a morirse antes?”.

En definitiva una exploración sobre los sentimientos maternofiliales, nada nuevo tal vez visto así, pero donde la autora se arriesga a caminar a través de un arriesgado sendero entre la emoción y la crudeza. 





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