35 muertos, de
Sergio Álvarez. Editorial Alfaguara.
Lo primero que asalta al
lector de esta novela es su voz torrencial, sin tregua, párrafos intensos que
se constituyen en cortos capítulos que pretenden acometer una empresa tan
ardua como ambiciosa: narrar más de tres décadas de la tormentosa historia de Colombia.
La historia explicada en sí
puede parecer un tanto tópica: un personaje cuyo devenir lo hace en paralelo a
diversos de los acontecimientos de la historia reciente de este país, una
sucesión continua de situaciones y escenarios que recorren 35 años de la
historia de Colombia vivida por alguien que parece mantenerse al margen de todo
pero cuya vida sirve de balcón para contemplar la historia de este país. El
protagonista es un superviviente, que se adapta a todo (probablemente alter ego
de tantos colombianos que han tenido que hacer lo propio en un escenario tan
violento), pero no hay en principio un argumento que lo ligue todo. En
apariencia puede parecer una simple concatenación de vicisitudes y aventuras un
tanto frívola, pero el gran logro es el lenguaje con el que lo hace y el tono
con el que escribe, consiguiendo que los personajes hablen por ellos mismos y
dejen el escenario de la Historia de telón de fondo, sin dramatismos. ¿Se puede
escribir de la violencia sin dramatismo, con total naturalidad y usando un
lenguaje informal, de la calle?. Algo así creo que hace esta novela,
donde la historia de este país aparece como un ruido lejano siempre presente y
que todo lo inmola, donde las vidas individuales parecen vivir en un estrato
diferente, como si los acontecimientos políticos no fuesen con ellos, y
vivieran bajo sus propias leyes, aprendiendo a adaptarse y sobrevivir.
Se puede decir que las
historias de esta novela (nutrida de multitud de pequeñas historias que el
autor ha ido recopilando durante años) se mantienen erguidas gracias a dos
contrapesos: el de la violencia por un lado, no vista como tópico sino como
realidad cotidiana siempre presente y acechante, como final previsible de
cualquier vida, y por otro lado la presencia tan omnipresente como la anterior
del sexo, un sexo exuberante y liberador, que junto a las estrofas de multitud
de canciones que introducen e intercalan cada uno de los episodios parecen
servir para que la vida siga en pie, a pesar de todo. Con todos estos elementos
Sergio Álvarez creo que consigue lo que pretende: convertir la cotidianidad en
literatura, conseguir una manera que hacer literatura desde la realidad más
cotidiana de las últimas décadas de Colombia.
Buceando por la red me he
topado con diversas reseñas de obras de diversos autores colombianos, donde la
presencia de la violencia es inevitable y es en muchas ocasiones el tema
alrededor del cual gira buena parte de la literatura que allí se escribe, y es
curioso pensar cómo el realismo mágico, que tuvo en un colombiano a una de sus
grandes figuras, está tan lejos de cómo algunos escritores de aquel país
escriben sobre el presente.
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