martes, 17 de septiembre de 2013

LA SERPIENTE SIN OJOS, DE WILLIAM OSPINA



La serpiente sin ojos, de William Ospina. Editorial Mondadori.

Cierro, a falta de leer el celebrado El país de la canela, la trilogía que el colombiano William Ospina inició con Ursúa y que ha narrado, bajo la forma de biografía novelada del descubridor navarro por tierras de lo que fuera la Nueva Granada, el Perú y el Amazonas, las vicisitudes y atrocidades de la Conquista de esas tierras. Una narración que ha seguido probablemente la estela de la devoción de Ospina por el poeta sevillano Juan de Castellanos, al que en su día ya atribuyó “el descubrimiento poético de América”, que  elaboró una crónica de las vicisitudes de los españoles por aquellas tierras en forma de un ingente poema, y que dejó escrito que “los hechos de aquellos tiempos no podían ser un cuento si a la vez no eran un canto”, ejemplo que en buena parte ha intentado seguir el Ospina en esta trilogía.

Esta novela probablemente imita el estilo de las crónicas de la época; diría que incluso tiene, bajo esa prosa algo barroca de Ospina, el regusto de odas clásicas más antiguas, donde las hazañas guerreras de Pedro de Ursúa se describen a la manera de los trabajos de Hércules (sin escatimar palabras hacia la violencia gratuita y sangrienta que se derramó sin tregua por aquellas tierras). La conquista que nos muestra Ospina es, por otra parte, un episodio lleno de traiciones y de disputas, de insubordinaciones llevadas por la ambición y de levantiscos emigrantes.

Se centra esta tercera parte en el periodo final de la vida de Ursúa, cuando emulando la expedición de Orellana que descubrió para Occidente el Amazonas, pretendió ir en busca de Eldorado que según la fantasía de la época esperaba en aquella frondosa selva. El narrador, un cronista de la época al estilo de Juan de Castellanos, al que Ospina hace ecuánime y justo en el juicio hacia las atrocidades sufridas por los indios, pero al que la fuerza y juventud de Ursúa también fascinan como si de un moderno Alejandro Magno se tratara, fue partícipe de la expedición de Orellana, y agotará en los oídos del navarro las mil y una historias de aquel viaje, que como cantos de sirena despertarán todavía más la lujuria ambiciosa del conquistador. No sabrá leer en esas historias las advertencias de quienes sobrevivieron a un viaje que, a diferencia del de Ursúa “ignoraba la existencia de la selva y del río; todo fue un accidente, nuestra hazaña apenas consistió en sobrevivir (…) lo que encontramos ningún hombre blanco lo habría imaginado, y fue eso lo que nos permitió sobrevivir”. Aquel era un mundo “gobernado por leyes que no sabemos descifrar”.
La voz del narrador todavía vive deslumbrada constantemente por la desmesura de un continente virgen, inabarcable para el hombre, hecha de “cordilleras cuya sola vista fatiga”. Pero esta historia es también una historia de amor, del idilio que Pedro de Ursúa mantiene con Inés de Atienza, una noble mestiza a la que hacían descendiente del mismísimo Atahualpa, un amor que describe el libro como insaciable, hasta el punto que la llevará a acompañarlo en su viaje, con trágicas consecuencias.

Avanza la narración con una medida lentitud, casi con cautela. Es como si la Amazonía esperara acechante y poco a poco lo fuera impregnando todo con su tiempo parado, intuyendo el previsible final. Todo parece abocado al fracaso: un tropa hecha de maleantes, la ambición de Ursúa, la imprudencia de Inés de Atienza, las leyendas sobre ciudades de oro, la locura Aguirre. “Tal vez los dioses protegen el mundo enloqueciendo a los hombres, haciendo que al final vuelvan contra sí mismos sus aguijones, y en ello no hay maldad, porque la selva no piensa ni conspira, sino la oscura ley de la vida protegiendo sus secretos”.


Me gusta la prosa de Ospina, probablemente es la prosa de quien fue poeta antes que narrador, es densa como esa serpiente sin ojos del título. Tal vez sea demasiado densa para algunos. El único reparo que en mi modesta opinión he encontrado ha sido el intercalado de poemas entre sus cortos capítulos que me ha lastrado un poco el ritmo de la lectura, ya de por sí lento. Sin duda es ese estilo lo que más me gusta de la novela: más allá de las apreciaciones históricas, de las referencias y de los datos necesarios para construirla (que sin duda han de mantener una fidelidad mínima con los hechos) es la prosa de este libro la que nos acerca a ese periodo, la que nos hace percibir, ni que sea minimamente, esa sensación de constante asombro que ese nuevo mundo probablemente despertó. 

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Uy, seguro que está bien, pero me interesa más bien poco el proyecto, no sé por qué.

JOAQUIM dijo...

Bueno, supongo que puede llegar a parecer, de entrada, una novela histórica más, que son auténticas plagas y de las que yo mismo suelo huir como la peste...

Gracias por pasarte por aquí.