domingo, 29 de marzo de 2015

UN KADDISH POR EL LADINO: TELA DE SEVOYA, DE MÍRIAM MOSCONA

 


Tela de sevoya, de Míriam Moscona. Editorial Acantilado.
 
Si tuviera que definir este libro dentro de unos cánones conocidos, lo más similar sería verlo como un libro de memorias. O mejor: la búsqueda de una identidad individual a partir de un pasado familiar ya casi inaccesible: el que representa el ladino y el mundo sefardí.
 
Tras la lectura de este excelente y cuidado libro, me da la impresión que Míriam Moscona, escritora mexicana de origen búlgaro sefardí, más allá de querer dejar constancia de una pertenencia a una identidad colectiva en extinción, ha sondeado la forma como esa herencia ha quedado reflejada en su vida, en particular en esa nueva vida que sus ancestros vinieron a buscar para ella en la otra punta del mundo huyendo, casi in extremis, de su extinción física. 
 
Es un libro construido a diferentes niveles, a partir de varios hilos conductores que, usando diferentes registros, reconstruye un pasado familiar ligado a un mundo que ya no existe y del que solo queda, como último bastión, su lengua. Así, vemos aparecer por un lado textos más literarios y personales, de carácter casi onírico, intercalados con recuerdos de su visita a los lugares que representan su geografía familiar (Sofía, Polvdiv, Salónica, Esmirna), junto con episodios más personales de su infancia mexicana muy marcados por la presencia de su terrible abuela, con quien nunca pareció congeniar y que fue el último vestigio familiar del ladino, sin olvidar las dosis inevitables de ese humor judío tan paricular. Es curioso leer cómo la relación más directa que la autora mantuvo con la lengua de sus antepasados fue, precisamente, esa abuela cruel con la que nunca se entendió.
 
Un conjunto por tanto muy heterogéneo, a imagen de esa forma caprichosa como la memoria (tanto las personales como las colectivas) construyen en nosotros nuestro pasado y nuestra identidad (o al menos una parte importante de ella).
 
La sensación que el libro transmite al lector no deja de ser, casi en todo momento, la de estar asistiendo a los vestigios de un mundo extinto, o mejor a un mundo que languidece con un largo y aletargado final, aferrado a una lengua que a nosotros nos suena tan anacrónica como familiar. No en vano la cultura sefardí siempre estuvo marcada por esa nostalgia por un lugar añorado y desaparecido (Sefarad), que en muchas de sus kantikas (que también sazonan el libro) es cantado muchas veces bajo la forma de una hermosa e inaccesible mujer.
 
Ese sentimiento lo transmite, por ejemplo, esa carta que el escritor Marcel Cohen envió a Antonio Saura, un fragmento de la cual aparece en el libro y que no puedo dejar de transcribir

"Cuando se bozea tu lingua, kuando se deskae, kuando deves serrar los ojos, soliko en du kamaretika i pensar por oras antes de trucher dos biervezikos a la luz, kuando no ai nada ke meldar en tu lingua, dinguno de tus amigos por avlarla kon ti, kuando el poko ke te keda no lo vas a dechar en dinguno después de ti (...) saves ke la moerte avla por tu boka. La moerte avla por mi boka....A vendrá dezir, ya esto moerto yo."
 
Por eso creo que es tan peculiar el ladino: porque parece que podamos leer en él el destino de sus gentes; tal vez no haya habido en el mundo una lengua más ligada a una identidad, porque es más que eso: es una lengua ligada a un destino.

2 comentarios:

El niño vampiro dijo...

Este libro me encantó. Es muy original, con algunas partes preciosas, otras fascinantes, y otras un tanto enigmáticas.
Sorprende cómo el ladino lleva 500 años al borde de la extinción. ¿Qué es lo que lo salva? Hay lenguas minoritarias que desaparecen en un par de generaciones y el ladino ahí está. Una gran historia.
Un saludo.

JOAQUIM dijo...

Supongo que en el fondo el ladino es inseparable de la realidad judía y de su capacidad de supervivencia y eso explica buena parte de su historia. Sí,sin duda una historia fascinante la de esta lengua.
Saludos !!