En la orilla, de Rafael Chirbes. Editorial Anagrama.
Al final no estaré entre los entusiastas de esta novela, aunque por un
momento así lo creí. No porque no me hayan convencido esos monólogos internos
de solitarios y perdedores, ese torrente incesante que tan bien dibuja las vidas que deja esta
crisis, el territorio y el paisaje profanados, el esmero de esa destrucción
moral que nos arrastra, esas vidas a la deriva. Al final me ha faltado ver unidad
a todo ello, una trama que los una más allá de esa visión de paisaje tras la batalla,
de recuento de daños, que es la sensación que me queda al final. Tal vez el problema
haya sido mío; en el fondo un problema de continuidad en su lectura.
Supongo que tras leer La larga marcha me esperaba algo similar; de hecho
tiene bastantes paralelismos con esa otra novela: allí se narraban las vidas de
posguerra de gentes de diversos orígenes, tanto sociales como geográficos,
tanto de los que perdieron la guerra como de los que se supone que la ganaron, y de cómo
todos ellos acabaron, al final, como perdedores. Aquí lo que se narra no deja
de ser, nuevamente, otra generación que de nuevo parece perderlo todo.
De hecho parece que las novelas de Chirbes se nutren todas ellas de ese
desencanto cíclico al que parece estamos condenados: primero durante la
posguerra y la transición, y ahora, desde Crematorio, este nuevo periodo de
desencanto. Tal vez, desde esa perspectiva (que sus lectores más fieles me
perdonen si la consideran demasiado simplista) resuenen al recorrerla los
famosos versos de Gil de Biedma:
“De entre todas las historias de la Historia sin duda la más triste es la
de España, porque termina mal. Como si el hombre harto ya de luchas con sus
demonios, decidiese encargarles el gobierno y la administración de su pobreza”.
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