viernes, 17 de mayo de 2013

NADA SE OPONE A LA NOCHE, DE DELPHINE DE VIGAN




Nada se opone a la noche, de Delphine de Vigan. Editorial Anagrama, traducción de Juan Carlos Durán.

Lo que en buena parte cimenta el atractivo de esta novela es ese misterio que no se describe pero que se intuye, desde el momento inicial del libro, cuando la autora encuentra el cuerpo de Lucile, su madre, tras su suicidio, y que desencadenará en ella la necesidad de escribir este libro.

En esta obra Delphine de Vigan hará un recorrido por la historia de su familia, comenzando por la vida de su abuela y su deseo de traer al mundo a una cuantiosa prole en la Francia de la posguerra (aunque se quedaría sobre la mitad de la docena de hijos con los que soñaba). Una familia que se verá marcada no sólo por ese derroche de vida, sino también por la presencia de la muerte que de manera azarosa aparecerá en sus vidas.

Pero más allá de esa inquietante presencia de la muerte, Delphine de Vigan busca, más que una reconstrucción biográfica, las respuestas que iluminen la locura de su madre y que marcaron también la suya desde bien joven. Con afán buceará en la densa y cuantiosa memoria familiar (tanto en forma de entrevistas como en el extenso material que tan prolífica familia llegó a crear con el tiempo). Y lo que nos transmite de manera inquietante es esa intuición de buscar algo en concreto, algo de una naturaleza desconocida, que va más allá de las desgracias cotidianas que marcaron a su familia en varias ocasiones, y que entiende como el desencadenante de la locura en la que se hundió su madre.

Con este novela de Vigan busca “regalarle un ataúd de papel (…). Pero también sé que a través de la escritura busco el origen de su sufrimiento, como si existiese un momento preciso en el que el núcleo de su persona hubiese sido mellado de forma definitiva e irreparable, y no puedo ignorar hasta qué punto esta búsqueda, no contenta con ser difícil, es vana”.

Esa búsqueda de algo de naturaleza desconocida, que corre el riesgo de pasarle desapercibida, llenará de cierta inquietud incluso la narración del periodo más feliz de Lucile, su infancia y adolescencia, ”una causa objetiva que se me escapa a medida que creo acercarme a ella”, pero de la que siempre se sentirá segura de su existencia: “¿acaso el sufrimiento estaba ya allí?."

La narración se mueve inicialmente en dos planos: la reconstrucción de la infancia de su  madre y sus hermanos, en paralelo con los sentimientos y las dificultades que van acechando durante la escritura, con todas las dudas que van surgiendo a medida que interroga e indaga en la historia familiar.

Por tanto, ese periodo de paso de la infancia a la adolescencia de su madre está revestido de un halo de desesperanza, como de desgracia por venir. Esa adolescencia se va hilvanando con toda la mitología familiar que el tiempo crea y que guarda en la memoria en forma de pequeñas historias y recuerdos que el tiempo transforma. Un elenco de recuerdos sin duda prolíficos tratándose de una familia tan numerosa, donde “los lazos de fidelidad, de rivalidad, de complicidad que unen en secreto a los niños, sus promesas, sus fantasmas, esa circulación invisible entre ellos que escapa a los adultos”.

Durante la recreación de ese periodo recurre con frecuencia a la ficción para recuperar toda esa amalgama de recuerdos, pero llegará un momento, sobre todo cuando entra en el periodo de la vida de su madre que coincide con su propio nacimiento, en el que se produce un cambio: “pensaba tener el control total” reconoce cuando ese uso de la ficción sólo le aporta más interrogantes.

A partir de entonces la narración parece más preocupada en buscar la verosimilitud, el ceñirse a los hechos, a su memoria. Tiene algo de búsqueda “documental” de la vida de su madre, y la ficción deja de poder llenar las lagunas que hasta ahora podía cubrir. Ese cambio estará también muy relacionado con el encuentro con ese punto de inflexión en la vida de Lucile que buscaba obsesivamente desde que decidió bucear en la historia de su familia.

Tal vez haya un momento, tal vez la tercera parte, donde he encontrado que la narración pierde la intensidad que tenía hasta el momento, y se centra más en los dramáticos accesos de locura de su madre hasta llegar a la escena de su cadáver con el que iniciaba el relato, pareciendo mostrar así, de manera simbólica, el cierre del círculo.

En definitiva ha sido una lectura intensa, exenta de sentimentalismos pero con una carga emocional contenida y muy intensa, pero además detrás de esta historia hay un intento de búsqueda personal y también la necesidad de hacer literatura con todo ese enorme material, de hacer comprensible a través de las palabras lo que en vida no lo fue. Como parece sentenciar en un momento del libro “no estoy segura de que la escritura me permita llegar más allá de la constatación de una derrota”.
 
 

2 comentarios:

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