martes, 11 de agosto de 2009

EL ARTE DEL FRANCOTIRADOR: LA PERFECCIÓN DEL TIRO, DE MATHIAS ENARD


James Nachtway: limpieza étnica en Mostar (1993)

La perfección del tiro, de Mathias Enard. Editorial Verticales de Bolsillo, traducción de Manuel Serrat Crespo.

Es frecuente ver las atrocidades de cualquier guerra como el resultado de odios congénitos, de venganzas agazapadas durante generaciones en lo más íntimo de cada uno, prestas a salir al menor indicio de violencia, de propaganda que inflama el odio hacia el otro: es decir, siempre la descripción de quien no pueda ser ninguno de nosotros. Mathias Enard (Niort, Francia, 1972) se propuso en esta novela suplantar la mente de un francotirador, precisamente uno de los protagonistas más fríos e inaccesibles de cualquier guerra, e intentar contestar la pregunta que un día le recuerdo haber oído al antropólogo Manuel Delgado en la presentación de un libro sobre las guerras en la antigua Yugoslavia y que al respecto de sus tristemente célebres francotiradores se preguntaba algo tan sencillo e inaccesible como ¿qué pensaban, mientras apuntaban?.

Enard nos habla de un francotirador del que no conocemos ni ideología ni el menor atisbo de fanatismo ni odio contra el enemigo, tampoco nos habla de dónde sucede la acción (tal vez Bosnia, más bien Líbano), ni tan siquiera le da un nombre. Sólo nos habla de cómo ha hecho de disparar su vida, de cómo ha convertido en arte la manera de observar a su víctima, como si quisiera conservar para la posteridad ese momento estático en el que su cuerpo y su mente han decidido disparar y la bala abate su objetivo con una limpieza prodigiosa:

“La mayoría de aquéllos a quienes he matado sólo vivieron durante los tres segundos en que los miraba. Son fantasmas, personajes, máscaras que no saben ver nada. Los hago vivir al mirarlos, los animo matándolos. Es una contradicción, algo que ni yo mismo capto por completo.”

No nos deja de parecer una especie de demiurgo caprichoso, fascinado por su capacidad de modificar de una manera tan aleatoria la vida de los demás:

“Comprendía perfectamente que todas esas vidas eran sólo círculos flotando libremente, unos junto a otros, y que a veces se cruzan, como la vida de aquel civil cruza mi línea de tiro(...)”

Pero como se verá, en su vida más allá de su santuario en las alturas no dejará de mostrar esa incapacidad de comprender el mundo, de relacionarse con los demás, de imaginar su vida más allá de la guerra.

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