viernes, 22 de mayo de 2009

EL SUFRIMIENTO DE MIHAIL SEBASTIAN


Issachar Ryback (Licht Benshn)

Desde hace dos mil años, de Mihail Sebastian; prólogo de Norman Manea. Editorial Aletheia, traducción de Joaquiín Garrigós.

Como viene sucediendo desde la caída del telón de acero se han ido vertiendo al español toda una serie de descubrimientos literarios que nos han ido ofreciendo la oportunidad de descubrir mundos literarios desconocidos para la gran mayoría de nosotros.
Uno de ellos es el del escritor rumano Mihail Sebastian (Iosef Hechter), de quien a partir de la edición de sus Diarios hemos conocido la vida literaria de un país en efervescencia como fue la Rumanía de entreguerras.
El libro tiene una estructura de falso diario, muy útil para lo que Sebastian se propone en el libro: probablemente no el de crear una trama, sino el de verter ideas y sobretodo caracterizar encuentros y personajes con los que reflejar, de una manera u otra la idea principal de este libro: su relación con el judaísmo. Es este sin duda el tema fundamental del libro.
Este libro tiene toda una historia detrás que en cierta manera se empapa de ese ambiente, y no sólo por lo que dice, sino particularmente por lo que se dijo de él y de su autor. Habitualmente un prólogo es algo así como el panegírico del difunto: nunca se hablará mal de él. No sabemos hasta qué punto fue consciente de lo que podía llegar a pasar cuando Sebastian le propuso a su mentor, Nae Ionescu, un metafísico estudioso de la filosofía de la religión, de Braila como él y que ya por entonces empezaba a despuntar como ideólogo de la antisemita y derechista Guardia de Hierro, que prologara el libro. Intuímos que la decisión podía tener cierta intencionalidad: tal vez la de liberarse de su judaísmo, la de mostrarse ante todo (como veremos que intentará a lo largo del libro) como un alma independiente, y quién mejor que su antisemita mentor para que se le reconozca como eso, un librepensador a pesar de ser judío. Intento en todo caso infructuoso, porque Nae en todo momento le dejará muy claro que, por encima de todo, y desgraciadamente, es un judío.
Desde el primer momento el álter ego del escritor mostrará una mezcla entre el deseo irrefrenable de independencia personal y un sentimiento de desidia ante la realidad que desfila ante él, un deseo de pasar desapercibido ante las masas que proféticamente percibe aglutinándose alrededor suyo y que teme pongan en peligro su libertad.
Todo el libro está surcado por ese sentimiento: la dificultad del judío de librarse de sí mismo. Incluso para un judío totalmente emancipado y con escasa filiación hacia su pueblo como Sebastian ese será un esfuerzo vano. Y no únicamente por verse señalado por los demás, sino especialmente por cómo nunca podrá dejar de observar su entorno en tanto que judío. Ese conflicto personal con una realidad que de forma imperceptible lo ata se verá en cómo delata en los suyos toda una serie de defectos congénitos de los que huye, como esa relación con el propio sufrimiento, en cómo le turba cierta relación con la muerte, ese no saber morir que no desea heredar de su familia, y especialmente en cómo incluso en esa soledad que busca y anhela no puede dejar de ver cierta herencia judáica. Será ese constante sufrimiento el que Nae Ionescu saque a relucir en su prólogo, aunque ante todo Sebatian advertirá a uno de sus compañeros asediado por el antisemitismo
Esfuérzate por no sufrir. Es decir, no te abandones al placer de sufrir. Hay una gran voluptuosidad en la persecución (...) no te permitas un orgullo tal.
La caracterización de los personajes podríamos decir que es muy directa, quiero decir que todos ellos asumen papeles muy claros pertenecientes a diversos estereotipos judíos, con los cuales el autor establece toda una serie de relaciones con las que nos muestra de manera muy diáfana sus ideas.
Así tenemos a Winkler, el sionista que aspira a marcharse a Palestina, a Eretz Israel que a diferencia de otros (del propio autor, por ejemplo) no es aslatado por dudas metafísicas ni crisis de conciencia. De hecho dirá de él que “nunca le han gustado demasiado los libros”, como alguien opuesto a ese gusto por la abstracción y el estudio tan propio en su pueblo, alguien que busca la sencillez de la vida terrenal.
Tengo la sensación de que el movimiento sionista es un acto de desesperación, un levantamiento contra el destino. Un trágico esfuerzo en pos de la sencillez, la tierra y el sosiego. Intelectuales que quieren librarse de su soledad.
Este persnaje, a pesar de ser tan diferente de Sebastian, es retratado con cierta simpatía, tal vez con cierta . Recuerda en parte a la simpatía con la que describe una de sus ramas familiares, más lejana del ghetto, más cercana a la vida del Danubio (que en el fondo identificará como su verdadera patria) y de la que añora, no sé si con fingida sinceridad, esa mayor facilidad de vivir sencillamene bajo el sol, lejos de la abstacción y el estudio talmúdico que moldeó su otra rama.
A su marcha, Sebastian profetizará
El vapor que lo lleve hasta Haifa abrirá entre las olas una senda que tal vez conduzca hacia un anuesva histoira judaica. ¿lleva él una paz judaica? No lo sé, no creo, no me atrevo a creerlo.
Tenemos S.T. Haim, un marxista a quien delata su intransigencia e intolerancia, tan opuesto a Winkler pero tan cercano en ciertas cosas a Sebastian, especialmente en ese deseo irrefrenable de abandonar el judaísmo que como tantas veces pasa lo hace ser el más intransigente de entre los que busca la nueva fe. Y será en la prisión donde descubrir su tierra prometida, el anhelo constante entre los camaradas de presidio de la revolución inminente.
Tenemos a Sulitzer, que personifica el judío errante, tan identificable a simple vista, portador de la herencia cultural del ghetto que tiene a la lengua yiddish como su gran representante y ante la que Sebastian muestra un irritable desprecio. Aquí no se da sólo el conflicto entre el ghetto y el Danubio, como se referirá Sebastian a su familia, sino también respecto al Sionismo y sus aspiraciones
Que Dios me perdone, yo también hablo el hebreo que alcancé a aprender de los viejos, pero, ¿cómo se lo diría?, siento que en él hay algo frío, áspero, hueco, como si deambulase por el slón de piedra (...)¿Cómo diría en esta lengua “te hecho de menos”?
Un escritor como él, tan sensible al valor de la lengua, verá en el yiddish toda una herencia a enterrar, como podemos ver de las impresiones que le transmite la lectura de su representante más destacado, Salom Aleihem
Un tipo genial y, seguramente, intraducible. Qué triste humor, que lúcida risa, qué sentido crítico tan agudo y preciso, todo ello envuelto en la melancolía de la miseria y del miedo ...
Tenemos también a Pierre Dogany, que encarna los sueños de la emancipación judía, preocupado ante todo en reivindicar su identidad húngara ante la rumana que desde los plácidos palacios de París se le impondría tras la caída de la Monarquía Austrohúngara.
Pero también hay una caracterización entre los gentiles, los personajes no judíos, que responden a estereotipos varios de antisemitismo. Así como el autor usa varios personajes de judaísmo diverso para delatarse a si mismo, para situarse entre ellos ante el lector, tampoco podrá dejar de retratar a los gentiles en función de cómo ven al judío, en cómo son más o menos antisemitas. Y aquí Sebastian nos mostrará matices de antisemitismo muy diverso, a veces difícilmente perceptible para los demás, lejanos muchas veces de la visceralidad y cercanos a justificaciones más intelectuales, pero que siempre nos permitirán acompañarlo en esa claustrofóbica sensación que lo acompaña: la imposibilidad de ser libre. Lo más destacable de estos últimos personajes es que responden a álter egos de algunos de sus conocidos del momento, personajes de relieve de la vida intelectual rumana del momento, como Camil Petrescu, Emil Cioran y el mismo Nae Ioenscu.
Lo que llama la atención es la frialdad con la que recibe el antisemitismo: lo ve como algo normal, tolerable, intentado convivir con él tal vez como una forma de liberación personal. Es muy significativa la imagen de cómo un grupo lanza consignas antisemitas y son recibidas con pasmosa normalidad, gritos que “pasan como la campanilla de un tranvía”.

Son todo esos aspectos los que más me han llamado la atención del libro. Para quien quiera un esbozo de la trama en sí, y que en este comentario he dejado de lado, puede pichar aquí.



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