viernes, 15 de mayo de 2009

LAS PROFECÍAS DE IVO ANDRIC



Café Titanic (y otras historias) de Ivo Andric. El Acantilado, traducción de L.F. Garrido y T. Pistelek.


Lejos probablemente estaba Ivo Andric de pensar que su literatura, más que una recreación del trágico pasado balcánico, sería un triste prólogo de futuras deflagraciones, un inventario de odios atávicos nunca olvidados, nunca vengados y siempre al acecho. Es turbadora la referencia a la elocuencia de Sherezade que hizo Andric durante la recogida del Nobel y con el que intenta iluminar su forma de entender la literatura, como “el relato que suspende el juicio del verdugo”: así pueden leerse esta pequeña recopilación de cuentos, como el odio acechante que la pluma del escritor conjura. Y leyéndolo nos preguntamos si su gran mérito tal vez no sea el haberse convertido en el testamentario de un mundo perdido, sino en haber intuido ese final en todo momento.

La figura de Sherezade aparece justamente en uno de los cuentos, el más extenso y que da título a la recopilación. En este caso el sultán y la concubina son sustituidos por un judío desarraigado, fiel únicamente al arrabal de su clientela de borrachos y ajeno a los avatares de su tribu, y un fascista croata, un ustacha de conveniencia, que se sirve de su fascismo impostado y oportunista para dejar de ser visto entre los suyos como un eterno fracasado.

En este caso el final distará bastante del cuento oriental y podremos ver cómo ambos personajes, asumiendo papeles que no les corresponderían interpretarán el drama de la víctima y el verdugo, como figurantes que sencillamente se ven irremisiblemente obligados a acabar la obra, ajenos a que es en realidad el curso de la Historia el que los mueve.

Ese odio será la espina dorsal de los diferentes cuentos, expresado de diferente manera, más sutil o más explícita, en forma de progrom infantil o de carta entre antiguos conocidos pero será siempre intuido como el aire que se respira.

Todos los cuentos giran alrededor del judío como eterno aspirante a expiar ese odio, y En el cementerio judío de Sarajevo será el mismo Andric quien desde las mismas colinas de la ciudad llorará por ese mundo olvidado. pero en el fondo probablemente nos preguntaremos hasta qué punto, justamente en esa precisa ciudad, tal vez no intuya ya el retorno cíclico de la tragedia. Lo que no llega a decir Andric es que en el futuro, un futuro ya sin judíos, serán los propios eslavos, su propio pueblo, el que será arrastrado hacia la destrucción.

En otro de los cuentos, Amor en la ciudad parece identificarse a Visegrad y su celebérrimo puente, retratado junto al autor sobre estas lineas, que el mismo Andric convertiría en inmortal. Ese lugar es escenario de uno de esos amores que ese mismo odio ha hecho imposible y que condena a sus amantes a la desdicha.

Es curioso ver cómo el cuento, muy sencillo en el fondo (y eternamente escrito en centenares de versiones en cualquier rincón del mundo, el típico amor que rompe las convenciones sociales del momento) acaba como empieza, con el ajetreado paseo de otro belleza púber tras la que Andric nos dice que probablemente se repetirá, cíclicamente, la misma historia de incomprensión y odio.







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