No es esta una novela reciente (data de 1999) pero es notorio observar cómo
diversos blogs (de muy diversa exigencia) han estado valorando de manera muy
positiva esta novela de forma bastante unánime (así como la crítica
especializada). ¿Qué tiene esta novela para conciliar tan diversos gustos? De
entrada creo que es una novela de una factura intachable, donde nada es
accesorio, donde nada es artificioso ni pretencioso, donde todo cuenta para
tener al final una novela que diría “acabada”, redonda.
La sinopsis rápida sería esta: David Lurie, cincuentón que a estas alturas
ha encontrado un pacto con la vida, a saber: tener un cuerpo femenino al que
acudir que le permita aguantar el bagaje de dos matrimonios fracasados y su
incapacidad para levantar el menor interés entre sus universitarios por su
amado Byron en una universidad de la Ciudad del Cabo post-Apartheid, alumnos de los que “hace ya tiempo que dejó de
sorprenderse ante su grado de ignorancia”. Lurie acaba sucumbiendo, como buena
novela con ámbito universitario que se precie, a una de sus alumnas, que de
forma tan dócil como desapasionada se entrega a él. Cuando se hace público ese
asunto, Lurie, lejos de rectificar o buscar las salidas que algunos de sus
compañeros parecen ofrecerle, decide abandonar de manera arrogante su puesto y
marchar (o huir) al Cabo Oriental, una zona rural del país donde su hija Lucie
viene ejerciendo como una solitaria granjera de nuevo cuño “una granjera de
frontera (…) en los viejos tiempos ganado y maíz. Hoy día, perros y narcisos.
Cuanto más cambian las cosas, más idénticas permanecen. La historia se repite,
aunque con modestia. Tal vez la historia haya aprendido alguna lección”. Eso le
permitirá, entre otras cosas, adquirir una visión nueva del país en el que
vive: “es curioso que su madre y él, los dos gentes de ciudad, hayan engendrado
este paso atrás, a esta joven y recia colona. Pero tal vez no sean ellos
quienes la hayan engendrado: tal vez en eso tenga más que decir la historia
misma”.
Allí Lurie reanudará una abandonada relación paternofilial, con ese
tránsito por caminos espinosos que ello siempre conlleva, hasta que una tarde
un brutal asalto a la granja cambiará el sentido de sus vidas.
Sería fácil, si quisiéramos reducir lo que nos quiere contar la novela,
hablar por un lado de una historia personal (la de David Lurie y su relación
con su hija) y por otro el contexto sudafricano. Pero creo que en el fondo son
ideas que se complementan para ser en esencia una: en el fondo es un intento
más del escritor (hombre) de entender la figura femenina, que una vez más es
vista aquí como insondable, fuerte, incompresible. El contexto de la Sudáfrica
post-Apartheid no hace sino acrecentar esto: la decisión que Lucy toma,
totalmente incomprensible para Lurie, en su busca de lo que probablemente sea
su identidad (o su sitio en aquel lugar), y también la búsqueda de su seguridad
en un contexto tan inhóspito para una mujer, siguiendo ciertas leyes no
escritas que David es incapaz de ver ni entender.
De hecho abundan personajes femeninos: Soraya, la prostituta que frecuenta
al inicio de la novela; M. Isaacs, la alumna de la que nunca conocerá sus verdaderos
sentimientos hacia él; Bev Shaw, la propietaria de un centro veterinario donde
David ayudará y que le permitirá familiarizarse con la sorda vida de los
animales en ese entorno; la propia Lucy.
De todas maneras también hay personajes masculinos importantes, en especial
Petrus, que trabaja para Lucy y que posee a su vez tierras limítrofes a las
suyas. Es un personaje que se da a entender con pocas palabras y muchos
silencios y supuestos. Es alguien que representa aquella tierra, su forma de
vida y sus leyes, que juega un papel mucho más importante de lo que
aparenta y que poco a poco va
afianzándose, de forma nada explícita pero con sorda contundencia. No puede el
Coetzee escritor dejar de ver sus implicaciones lingüísticas: “no me importaría
nada conocer un día la historia de Petrus de sus propis labios. A ser posible,
sin que esa historia sea reducida al inglés.(…) Cada vez está más convencido
que el inglés es un medio inadecuado para plasmar la verdad de Sudáfrica (…)
Como un dinosaurio que expira hundido en el fango, la lengua se ha quedado
envarada. Comprimida en el molde del inglés, la historia de Petrus saldría
artrítica, antañona”.
De hecho la mujer es un tema recurrente en Coetzee. Otra excelente novela
como Verano narraba supuestas entrevistas que un periodista hacía a varias
mujeres que fueron importantes en la vida de un fallecido escritor llamado
Coetzee, y es curioso como la visión que da de sí mismo en ese libro se me
asemeja bastante a la que da de David Lurie en este: alguien perdido, un
personaje un tanto plano respecto a las mujeres que le han rodeado. Pero
también son un tema habitual en él los animales (hay muchos perros en esta
novela, los que tiene Lucy, los que Bev ha de sacrificar en su dispensario), la
vida universitaria (ha escrito diversos ensayos literarios), el Apartheid,
todos ellos presentes aquí. No sería por tanto demasiado arriesgado ver en
David Lurie alguien inspirado en el propio escritor (no siempre como un alter
ego, sino a veces como su negativo).
La casualidad ha hecho, además, que esta novela la haya acabado no solo la
misma semana de la muerte de Mandela (cosa no tan sorprendente si tenemos en
cuenta el delicado estado de salud que arrastraba desde hacía tiempo) sino la
misma semana que esta novela era objeto de análisis en La Milana Bonita. Se
trata de un programa radiofónico que cada semana ofrece en internet la visión
de un libro (normalmente conocido, de muy diversos géneros) por parte de una
serie de aficionados a la literatura. Muy interesante y recomendable.
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