El día que la virgen llegó a la luna, de Rolf Bauerdick. Editorial Salamandra. Traducción de Paula Aguiriano Aizpurúa.
Es recurrente
acordarse de las películas de Kusturica cuando alguien comienza a ojear este
libro y el amplio elenco de críticas (abrumadoramente positivas) que ha
recibido. Lo estrambótico del título, una aldea rumana como escenario, los
celebrados reportajes fotográficos del mundo de los gitanos rumanos realizados
por el propio autor o las primeras
impresiones de lo que parece ha de ser el argumento del libro: los rusos buscan, con
su exitosa carrera espacial en ciernes (estamos hablando de 1957) demostrar la
inexistencia de Dios. Al menos eso piensan dos de sus habitantes, el gitano Dimitru
Gabor, que enseguida me recuerda al Malequíades de Macondo, e Ilja Botev. Parece
que la novela va a transitar por los caminos de un realismo mágico a la rumana
y de una cierta ostalgia (esa cierta nostalgia por el mundo del antiguo bloque
soviético, aunque sea en lo sentimental). Todo ello transmitido por un escritor
alemán.
Pero la trama de la
novela es otra. Enseguida desaparece la maestra del pueblo, de la que se intuye
un turbio pasado, y aparece el cadáver del párroco local. Se desata entonces
una historia cercana a la novela negra con tintes políticos, que envolverá a
uno de sus alumnos, un joven de quince años, Pavel Botev, en una trama que lo llevará hasta los acontecimientos que
sucederán los días de la caída de Ceaucescu. A Pavel se le hace partícipe de
unas comprometidas fotografías donde además de poder intuir un pasado diferente
para su maestra, verá comprometidos a personajes que con el tiempo accederán a
posiciones relevantes dentro de la nomenklatura comunista. Al final, esa
dimensión más entrañable o ingenua de la que participaría ese realismo mágico
que mencionaba, y al que hace referencia el título, acaba por perder su inocencia en el mundo, más sórdido, de la
ambición humana.
Lo que me atrajo
enseguida de esta historia fue el ambiente y el momento que describen: Baia
Luna, una aldea de los Cárpatos donde vivían aislados del resto del mundo, en
plena posguerra, rumanos, sajones (que llegaron como colonos durante la Edad
Media), húngaros y gitanos, todos ellos conciliados por la fuerte personalidad del
párroco local. De hecho, a parte de las traducciones de literatura rumana que
nos están llegando, es destacable la producción de escritores de estas otras
comunidades que nos han sido traducidos en los últimos tiempos: Helga Müller, Adam Bodor, Gyorgy
Dragoman o Eginald Schlattner, y cómo todos ellos nos transmiten, de una menara
u otra, y en registros bastante diferentes entre ellos, la dimensión kafkiana
del régimen comunista rumano.
De todas maneras,
para alguien no demasiado aficionado a la novela negra ni al thriller policiaco,
tal vez me ha sabido a poco la dimensión histórica, política o etnográfica de
esta novela, que en principio fue lo que me atrajo más. De todas manera, sin
unirme del todo a ese entusiasmo generalizado que ha provocado, es un libro de indudable interés
Fotografias del propio autor (Die Welt). |
2 comentarios:
Pues no tiene mala pinta, el ambiente me llama la atención, me gusta mucho Kusturica, y aunque no ahonde mucho en ello puede estar bien. Herta Müller sin embargo no me gustó. Un abrazo
Sí,la verdad es que guste más o menos no parece haber dejado indiferente a nadie. A Herta Müller la intenté leer hace un tiempo, una colección de relatos que editó Siruela antes del Nobel y la verdad es que la dejé....pensé que en otra ocasión. Saludos.
Publicar un comentario