El paseo de Rostock a Siracusa, de Friedrich Christian Delius. Sajalín editores, traducción de Lidia Álvarez Grifoll.
“Mi acción también se podría
tildar de fáustica. He pactado con el mal por amor al conocimiento”.
Paul Gompitz, ciudadano de la
antigua RDA que trabaja de camarero en barcos turísticos por el Báltico poco
antes de la caída del muro de Berlín, llegada
la noche se sienta con sus compañeros todos ellos marineros “preparados para
los océanos, ahora pasean sin ganas a los veraneantes por las aguas poco
profundas del Bodden porque les han
quitado las catillas de navegación por los motivos más ridículos (…) pero que
antaño viajaron por todo el mundo, percibe de ellos el mayor orgullo que pude
tener en su país: hemos vivido algo, estuvimos fuera!”.
Ese es su sueño, no huir del
paraíso socialista, del que no reniega (ni admira) sino ver mundo, viajar para
volver. En particular aspira a emular a otro sajón, Johann Gottfried Seume
quien en a principios del siglo XIX atravesó Italia hasta Siracusa y como él,
espera volver para explicarlo a sus compañeros. Eso por tanto plantea una
paradoja: ¿cómo huir para volver sin problemas, en un país donde huir es el
principal delito?.
Para lograr su sueño Gompitz urde un complejo plan en el que, intentando
burlar a la todopoderosa Stassi, estudia con detalle qué punto de la frontera
marítima con Dinamarca es el más apropiado,
está atento a sus corrientes marinas, estudia de manera autodidacta el
arte de la navegación, y entra en contacto con turistas de Alemania Occidental
en Praga con el fin de encontrar alguien de confianza en el otro lado a quien
hacer depositario del dinero ahorrado para su aventura, encontrando en su
camino, entre otros, a ingenuos admiradores
occidentales de la Alemania del Este que ven con malos ojos su huida.
La Italia que anhela es la de sus
compatriotas del XIX: el Trieste de
Winkelmann, la Roma de Goethe, la Siracusa de Seume …. Tal vez vivir tras el
telón de acero le ha mantenido una visión un tanto fosilizada del pasado, que
le permite tener esa visión melancólica del pasado alemán. Es por tanto un
viaje que realiza fuera del tiempo, donde lo que ve Gompitz no es exactamente
lo que ven sus ojos, sino lo que ha leído o lo que dejaron escritos sus
compatriotas en otro tiempo. En todo caso, la impresión que a veces le causa la
Europa occidental sea un tanto desconcertante
Tal vez la idea de libertad que
guía a Gompitz difiera de la de sus compatriotas que huyeron en su día, pero tal
vez porque su idea de libertad es todavía más amplia: la de recrear un mundo
desaparecido, sacrificar su propia vida por el anhelo de ver un amanecer como
el que pintó Tischbein en Roma, por ver aunque sea bajo ”una luz intermitente
débil, a unas cieciséis millas marinas, treinta kilómetros” la isla de Ústica
donde Ulises venció al cíclope.
Tischbein: Goethe en la campiña romana, 1787
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