jueves, 13 de enero de 2011

PICNIC EN HANGING ROCK, DE JOAN LINDSAY



Picnic en Hanging Rock, de Joan Lindsay. Impedimenta, traducción de Pilar Adón.

Sin duda la imagen es muy sugerente y proclive a muchas interpretaciones: la visión de unas jóvenes de un internado elitista que son literalmente engullidas, a plena luz del día, por el agreste y onírico paisaje de Hanging Rock , en Australia, a principios del siglo XX. Como ofrendas ofrecidas en sacrificio a un Dios desconocido, como símbolo de un mundo ajeno y hostil en pleno siglo de la razón… Tal vez todo esto rondaba por la cabeza de la australiana Joan Lindsay cuando en la década de los sesenta escribió este clásico contemporáneo, cuya sombra fue creciendo desde el momento que nunca se desveló si narraba hechos reales o no, lo cual generó no solo todo tipo de especulaciones sino que promovió una devoción por esta novela más allá de sus propios méritos literarios.

No hay nada sobrenatural ni fantástico en la trama, sino todo lo contrario: una economía de medios, un avance inexorable de la cotidianidad siempre expectante, pendiente de cualquier cosa que está a punto de suceder y que de repente lo explique todo. Más bien lo que vendrá luego será el efecto que esa pérdida producirá en los personajes que tendrán que ir asumiendo la realidad a medida que pasen los días, creando una tela de araña que acabará por engullir a algunos de ellos.


Picnic at Hanging Rock de William Ford (1821-1884)

Es una novela con bastantes personajes, o al menos sin ninguno de especial peso, pero será justamente una de las desaparecidas, Miranda, la que a pesar de su ausencia durante el resto de la narración condicionará buena parte de la trama: su belleza admirada e idolatrada y súbitamente esfumada servirá para hacer más incomprensible e injusta todavía la desaparición de las chicas. Hay un pasaje especialmente inquietante, cuando Irma, la única chica que es encontrada (pero que no recordará nada de lo sucedido) visita, ya recuperada, a sus compañeras de internado, siendo recibida con una hostilidad casi histérica y exigiéndole una explicación de lo sucedido.

Lo cierto es que a medida que avanza la narración se hace más improbable saber qué tipo de revelación deparará el final, y cada vez se hace menos importante saber, al menos para el lector, qué fue de las chicas desaparecido como saber qué sucederá con los que viven.

Sin llegar a deslumbrarme ha sido una novela que he leído en muy poco tiempo, tal vez demasiado pendiente por el "qué pasará ahora"

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