martes, 10 de septiembre de 2019

VIDA Y ÉPOCA DE MICHAEL K, O CÓMO DEJAR DE SER LIBRES

Vida y época de Michael K., de J.M. Coetzee. Ediciones Debolsillo, traducción de Concha Manella



No he sido hasta ahora un gran lector de Coetzee, pero lo cierto es que lo poco que he leído de él me ha gustado: Verano, la tercera e ingeniosa parte de su autobiografía (un juego literario sobre un Coetzee ya difunto) o su célebre Desgracia.

Vida y época de Michael K es un libro muy anterior, publicado en 1983 (en pleno Apartheid) y precisamente esa Sudáfrica convulsa marcará el tono de todo el libro en forma de un Estado que se cierne sobre la libertad de sus ciudadanos, imbuido como estaba no sólo en su sistema de exclusión social sino también en un largo conflicto fronterizo en Namibia y Angola que duraría más de veinte años.

Michael K es alguien rechazado por su aspecto físico (su labio leporino), su extracción social y su vida desarraigada, y que lo llevaría de joven a un internado (al que su memoria retorna constantemente como referencia a una infancia perdida) hasta encontrar su lugar como jardinero y cuidador de parques públicos en Ciudad del Cabo. 

El libro narra su odisea para llevar a su madre gravemente enferma e incapacitada por la enfermedad hasta su pueblo de origen, lejos de la ciudad donde viven, arrastrandola por los medios más inconcebibles y sorteando los controles militares constantes que impiden y limitan el movimiento de quienes quieren salir de Ciudad del Cabo. Una imagen épica, propia de una tragedia griega o tal vez de ese teatro del absurdo de Beckett que Coetzee siempre ha admirado y que marcó por lo que parece sus inicios.

La segunda parte, una vez su madre fallece, narra su fuga hacia ningún sitio, su intento por desaparecer en los márgenes, perderse literalmente en la naturaleza y vivir de ella. Una gesta tan aparentemente sencilla como titánica ante una sociedad que no consiente ni tolera su desarraigo voluntario, y durante un tiempo será internado en campos de trabajo junto a otros como él que, por un motivo u otro viven al margen.

Este es el tema medular de este libro: la imposibilidad de total libertad de un individuo (Michael K.) que intenta vivir de la tierra sencillamente porque hasta en tiempos de guerra alguien ha de seguir cuidándola, y la crueldad anónima de una sociedad que incluso a aquellos a los que ha abocado a los márgenes no tolera ni tan solo su limitada ansia de libertad dentro un modesto pedazo de tierra al que intenta rescatar del olvido y cultivar.

En la parte final del libro quien narra es ahora alguien que observa desde fuera: uno de los responsables de un centro de internamiento en el que recala de nuevo. En este caso es la narración de quien intenta comprender su rechazo a esa vida, como si a esa sociedad le quedara un atisbo de compasión e intenta acercarse y comprender quién es esa persona que se niega a comer a vivir y casi a respirar entre esos muros. En parte está escrito en forma impersonal, como un informe que ha de ser detallado a alguien y donde incluso perderá su nombre por el de Michaels, como un efecto de la negación del individuo a la que se ve sometido (y que secretamente tal vez ansíe).

De hecho el personaje de K. remite enseguida a referencias kafkianas, como el personaje de El proceso que nunca conoce su delito, y a pesar de que la historia transcurre en un contexto histórico y social concreto e identificable, ese mundo que describe bien podría haber sido descrito como un arquetipo de sociedad ucrónica que en un grado u otro podemos situar en diversos momentos de la historia tanto presente, pasada como probablemente futura, y alimentada a su vez por una guerra que está omnipresente pero que no se nombra del todo y en ocasiones aparece como un incierto Norte en llamas donde se les amenaza con ser llevados. 

Incluso el Apartheid ni se llega a nombrar, así como distinciones de raza entre personajes: todos acaban de una manera u otra devorados por un ambiente hostil que acaba por amenazar con la libertad de todo el mundo.

Todo puede ser leído en definitiva como un pequeño manual sobre la pérdida de la libertad individual llevado más allá de Sudáfrica, porque me temo que Michael K. sería también incomprendido en muchas otras sociedades mucho más tolerantes y aparentemente libres.

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