Foto: Isabel Mojal
Manual de Exilio, como aprobar su exilio en treinta y cinco lecciones, de Velibor Colic, editorial Periférica. Traducción de Laura
Salas Rodríguez.
El título ya es muy elocuente, da
cuenta del tono con el que está escrito este libro: un cierto humor amargo y la
voluntad de no escribir una novela al uso,
sino la fragmentariedad a la que le obliga su condición de exiliado.
Ex combatiente de la guerra de
Bosnia, con un modesto reconocimiento como escritor en la antigua Yugoslavia de
la que finalmente huyó en 1992 tras luchar en el ejército bosnio y ser hecho
prisionero, llega a la ciudad francesa de Rennes buscando una nueva vida, donde
pasará por esa fría puerta de entrada por la que desfilan todos aquellos
exiliados y refugiados de todo el mundo que sueñan con entrar en Occidente.
Los treinta y cinco capítulos son
precisamente pequeños frescos de situaciones personales, todas ellas muy gráficas,
que se fue encontrando durante todo ese periplo: su relación con las nuevas
autoridades, con la burocracia, con otros exiliados del este de Europa con
quien comparte penalidades, sus escarceos amorosos, sus tardes perdidas en
bares…
“mi vida de exiliado, de refugiado se basa en maneras de pasar el
tiempo, como alargar un café el máximo tiempo posible sin ser expulsado de un
bar, postergar para el día siguiente el intento de suicidio”.
Y siempre presente un cierto
humor amargo y sin rastro de autocompasión. El humor siempre estará presente, al
acecho, como una especie de exorcismo ante la realidad, un cinismo salvador
ante su soledad.
Colic, como escritor que es, cree
en el valor de la literatura, de la cultura, y le decepcionará ver que ese no será
salvoconducto con el que esperaba ser aceptado, que su pasado como escritor no
cuenta para nada en su idealizada Francia y que tal vez esa Europa donde la
cultura es venerada sólo existía en su imaginación.
En realidad, el exilio (como la
muerte) iguala a todo el mundo.
Él mismo se retrata sin piedad
con sus ínfulas de persona leída ante esa nueva realidad donde su pasado no
interesa a nadie, con su obstinación que convertirse en imagen de alguno de
esos otros escritores que también fueron exiliados (Gombrowitz, Solzhenitzyn…).
A pesar de ello tiene muy claro
que la lengua francesa es fundamental para su futuro, no solo para poder
continuar con su carrera literaria sino también “para que mi dolor permanezca para siempre en mi lengua materna”. De hecho lo logrará, y conseguirá desde
entonces emprender una nueva carrera literaria desde el momento que escribe “Los bosnios”, ya en francés, y cuya
gestación narra también en este libro.
En el fondo esta novela, si se
puede llamar así, no deja de estar escrita por alguien que entiende la
literatura como su manera de ver el mundo, como su única bandera e identidad, y
su lucha como exiliado no deja de ser la de conseguir una nueva voz, en una nueva
lengua, donde seguir viviendo.
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