miércoles, 10 de agosto de 2011

EL DESARRAIGO Y LA LOCURA: NORTE, DE EDMUNDO PAZ SOLDAN



Norte, de Edmundo Paz Soldán. Editorial Mondadori.

Norte no es, de entrada, una novela sobre la emigración hispana en Estados Unidos. Es probable que sea lo primero que nos venga a la cabeza ante la sinopsis rápida de este libro: tres historias de hispanos que viven en diferentes momentos del pasado siglo en los EEUU.

En todo caso es la búsqueda de una identidad personal, individual. O más bien la pérdida de ella, la pérdida de referentes, en parte promovida por el desarraigo en el que se abocan los personajes. Ese tal vez sí sea el tema principal de este excelente libro (o lo más cercano que yo he sido capaz de interpretar): esa dimensión personal e individual del desarraigo, más allá de la propiamente cultural.

Tal vez lo que una esas tres historias independientes, que presumiblemente se complementarán al final, pero que en realidad sólo se rozarán, sea la visión de un espacio nuevo donde recrear, o más bien liberar, sus miedos. Los Estados Unidos como lugar donde finalmente se frustran las expectativas de quien decide dejar su casa, pero no por los motivos que uno puede intuir (marginación, racismo…); como lugar donde se recreará un mundo nuevo lleno de sus propios fantasmas.

De las tres historias, la que hilvana la mayor parte de la narración es la recreación de la vida de “Railway Killer”, el asesino del ferrocarril, un asesino en serie mexicano que asesinó a unas 30 personas en la década de los noventa y cuya caída en su locura asesina ocupa la mayor parte de la narración, descrita de manera cruda y sin concesiones y que contrastará con el tono de las otras dos historias: la de una estudiante universitaria (guionista de cómics que busca hilvanar una historia de zombis con resonancias de Juan Rulfo) que mantiene una relación tortuosa con su profesor, y la del pintor Martín Ramírez, que recluido en la década de los treinta en un sanatorio californiano huyendo en su locura de la vorágine cristera que asolaba su país, acabó refugiándose en una obra pictórica extremadamente personal y que le valió el reconocimiento póstumo.



Dos formas de plasmación de la locura muy diferentes, sin duda: los cuadros de Martín Ramírez y los cuerpos macabramente ejecutados del Railway Killer. De todas maneras, es fácil pensar que en el fondo ambas tengan algo en común, a pesar de todo. Que tal vez se encuentran y reconocen en algún lugar, tal vez entre las absorbentes geometrías de Martín Ramírez.

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