sábado, 18 de junio de 2011

MIGUEL ÁNGEL EN ESTAMBUL: HABLADLES DE BATALLAS, DE REYES Y ELEFANTES



Habladles de batallas, de reyes y elefantes, de Mathias Enard. Editorial Mondadori, traducción de Robert Juan-Cantavella.

Miguel Ángel no es ingeniero. Es escultor. Le han hecho venir para que una forma nazca de la materia, para que sea dibujada, para que sea revelada.
De momento, la materia de la ciudad le resulta tan impenetrable que no sabe con qué herramienta atacarla

No me parece casual que sea Pierre Michon quien confiara al autor la frase que da título a esta novela: bien pudiera ser falso y ser un guiño a ese escritor al que tal vez deba el tono de esta historia, ese creador de vidas cotidianas y minúsculas, que ha recreado vidas improbables, pero no por ello falsas, de artistas geniales.
Adentrarse en la biografía de personajes como Miguel Ángel tiene sus riesgos, sobretodo porque pedimos que sea creíble, o mejo aún, que sea real. Más arriesgado todavía es recrear un momento puntual de una vida y hacerlo plausible aún sabiendo que nunca existió, como fue la visita del genial artista a Estambul para construir un puente en el Bósforo, visita que nunca se produjo a pesar de existir suficiente documentación para demostrar que pudo llegar a suceder. Para ello Mathias Enard (Niort, 1972) ha contruido una novela a base de episodios breves, casi esquemáticos, como un improbable dietario donde, por ejemplo ciertas cartas (reales todas ellas) se solapan con la recreación de los inexistentes días del genio florentino en la Sublime Puerta, motivado en parte por su desencuentro con el Papa.

A veces para hacer plausible una novela histórica, aunque se trate de unas escasas palabras, una simple conversación, es necesario un bagaje detrás que las haga reales, pero sin que esa erudición, todas esas lecturas, encharquen más de lo estrictamente necesario la visión del lector con una información prescindible. Lo más destacable de esta novela es precisamente ese pacto que realiza con el lector: la verosimilitud de la historia a pesar de saber que no sucedió. Es la antítesis de lo que se buscaría en una novela histórica al uso, donde la credibilidad de lo que sucedió o pudo haber sucedido suele ser un axioma necesario.

La página final del libro, donde esboza los datos reales en los que se fundamenta históricamente el libro es algo así como el modesto andamiaje donde se cimenta toda la historia, y sorprende en el fondo su sencillez, como si a partir de unas escasas referencias se haya podido tejer toda la novela.

De esta manera, hace a Meshihi de Prístina, el poeta otomano, enamorarse de Miguel Ángel. Tal vez atrajo a Enard sus artes tan distanciadas para poder cimentar entre ellos un amor imposible: al poeta por un lado y por el otro a quien veía sus futuras esculturas vivir dentro de la piedra bruta, como tal vez el sultán quiso que viera ese puente sobre el Bósforo perfilarse en el aire entre las dos orillas, presto a ser conjurado y hacerlo tangible.

2 comentarios:

Fuensanta Niñirola dijo...

Acabo de leer este libro y lo he disfrutado enormemente. Me ha gustado leer tu reseña. No habia leido nada de Enard y me ha parecido que sabe usar los hechos para crear ficciones. Me ha encantado, porque he leído mucho sobre Miguel Angel pero esto es otra cosa, es pura ficción, y una ficción bellísima.

JOAQUIM dijo...

Muchas gracias por tu comentario. Yo descubrí este autor por Zona y La Perfección del tiro, libros todos ellos alrededor de la guerra y los conflictos en el Mediterráneo: el primero particularmente denso y muy diferente al que reseño. Espero poder seguirlo.

Un saludo y gracias por pasar por aquí.