lunes, 22 de agosto de 2022

COMO ESCRIBIR SOBRE EL DESARRAIGO: DESENCAJADA, DE MARGARYTA YAKOVENKO

 Desencajada, de Margaryta Yakovenko. Editorial Caballo de Troya.



La actualidad puede no ser una buena aliada para ciertos libros, por mucho que la oportunidad del momento ayuden a hacerlos más visibles. Básicamente porque pueden ser leídos de manera equivocada.

Tal vez eso le pase a este libro de la española nacida en Ucrania (y de lengua rusa) Margaryta Yakovenko. ¿Nos ayudará a entender la guerra que asola su país de origen?. En absoluto era esa la intención. De hecho la marcha de su famlia hacia España se produjo durante la primera mitad de los '90, justo cuando un nuevo país nacía y todavía arrastraba la herencia mastodóntica de la URSS, que como vemos hoy en día tal vez nunca acabó de irse.

 Aquí de lo que se habla es de la emigración y de todos los dilemas que conlleva: el desarraigo (“similar a la palabra desgarro”), los conflictos con la lengua, y muy particularmente esa enfermedad que corroe los huesos de los que la sufren: la nostalgia.

No es la escritora literalmente la protagonista de este libro, pero no podemos dejar de imaginarnos que su periplo no haya sido el mismo. Probablemente hay que escribir desde cierta distancia para tratar de ciertos temas. 

El libro tiene la extensión escueta pero justa, y podemos dividirlo en dos partes: la primera donde recuerda la dureza de los primeros años en España, coincidiendo con un momento de crisis personal y sentimental, y la segunda cuando decide visitar de nuevo Ucrania, en este caso su Mariupol natal buscando una cura para esa nostalgia que no la deja respirar.

Me siento libre pero a la vez noto una inquietud a la altura del esternón. Una agitación, un pálpito que me pone nerviosa. Me siento con la obligación de encontrar aquello que llevo años buscando, desentrañar la nostalgia. Ir al origen de la pérdida, buscar el núcleo del dolor y despiezarlo para analizar cada una de las partes que lo contienen. Para así poder entenderlo. Para dejar de sentirlo”.

Una ciudad que nos retrata herrumbrosa y oscura, donde los escarceos de un conflicto siempre pendiente parecen estar al acecho, y que a pesar del tiempo pasado sigue siendo reconocible entre otras cosas porque “la gente de mis recuerdos sigue siendo al gente que veo en las aceras, apenas unas manchas negras que pasan ante mis ojos”.

Es curiosa la referencia que hace al síndrome de Ulises, ese estrés traumático que sufren los que han dejado atrás su patria natal y sufren por no ver refrendadas sus esperanzas de rehacer su vida en otro lugar. Porque como recuerda “nadie te dice que Ulises ya no sabe volver a casa porque ya no existe ningún lugar en el mundo que pueda sentir como casa”, que es lo que sufren los que han emigrado.

Me da la impresión que hay una intención de verbalizar con este libro sentimientos y experiencias tan difíciles de explicar como el desarraigo y la emigración, y intuyo que no habrá sido fácil de escribir. Probablemente porque están llenas de sensaciones, imágenes y sentimientos asociados a la propia vida, la vida vivida por uno mismo y que en ocasiones eluden ser narradas. Sin olvidar tampoco el desarraigo lingüístico: el hecho de vivir en dos lenguas que son con las que ha interpretado la realidad a lo largo de su vida.

No sé si será el caso o no, pero en ocasiones parece que ha de ser otra lengua que no sea la materna la única que pueda explicar y verbalizar la experiencia del pasado.

domingo, 13 de marzo de 2022

LA PIEDRA PERMANECE

La piedra permanace: historias de Bosnia-Herzegovina, de Marc Casals. Editorial Libros del K.O.



“El agua fluye, la piedra permanece”. 


El título de este libro nos remite a esta frase que leyó el viajero francés del XIX Albert Bordeaux en alguna de sus visitas a Bosnia. Cada cual lo podrá interpretar a su manera, pero una vez leído este libro tal vez podamos entender más profundamente su significado. Una frase que leída en su momento fuera un reflejo de los devenires históricos de Bosnia, pero que ahora la veríamos tristemente profética. 


Marc Casals, que en el prólogo nos confiesa su amor hacia esas tierras y cómo llegó a ellas, nos cuenta la apasionante y trágica vida de diversas personas que tuvieron que hacer frente a una guerra que en ocasiones queremos ver como inevitable (esa visión de conflicto inherente a esas tierras que el propio autor critica), pero que explicadas a través del día a día de los que la vivieron pueden llegar a parecer ahora incomprensibles. Personas que ahora situaríamos en cualquiera de los grupos étnicos (serbios, croatas, musulmanes, judíos …) a pesar de no sentirse del todo identificados con ellos. 


Sería sencillo englobar el libro en el terreno de lo que comúnmente llamamos “no ficción”, pero lo más acertado sería pensar en una forma más híbrida donde el testimonio personal, la literatura de viajes o la narrativa están presentes y donde (como muy acertadamente he leído en otras reseñas) el autor se mantiene en una prudente distancia para ceder todo el protagonismo a los testimonios. 


Todas esas experiencias fueron recogidas a lo largo del tiempo por el autor tras diversas entrevistas y ahora vertidas en este libro (en ocasiones protegiendo algún nombre o identidad) en forma de historias que nos hablan a pie de calle de cómo vivieron la debacle de la antigua Yugoslavia, no entreteniéndose tanto en explicarnos sus motivos o causas, sino en hacernos ver a través de los ojos de los que lo vivieron las diversas realidades. Es el conjunto de todas esas vidas lo que al final nos llevarán no tanto a “entender” el conflicto (cosa que no sé si es factible del todo) como a reconocer la dimensión humana que tuvo. Historias de personas que, como la piedra del título han permanecido en Bosnia tras los traumas vividos durante la guerra gracias a su valor y tenacidad. 


No sólo se perciben los ya conocidos enfrentamientos entre grupos o nacionalidades, sino también cómo entre ellos las diferencias podían ser grandes: entre los serbios de Belgrado y los de Bosnia, o los croatas de Herzegovina respecto a los de Zagreb o Dalmacia. Al final siempre serían los que vivían en Bosnia los que acabarían siendo los perjudicados, los apestados, y en definitiva Bosnia la más perjudicada de entre las tierras de la antigua Yugoslavia. 


Leyendo de nuevo la sentencia que da título al libro me doy cuenta de la importancia de los ríos en la mayoría de historia recogidas. Tal vez sea lo que las una a todas ellas: las caudalosas aguas de los ríos que surcan Bosnia, todos ellos muy presentes en estas historias: el Neretva, el Vrbas, el Uvac o el Miljaka. Como agazapados, parecen un personaje más en esta historia, el único capaz de hacer que la vida siga adelante a pesar de la muerte y la destrucción que han llegado a reflejar sus aguas y de los cadáveres que han arrastrado río abajo. 

Como muchos historiadores que se han acercado a la historia reciente (y pasada) de esta parte del mundo, el autor se niega a aceptar esa especie de maldición que aboca a sus habitantes a una violencia atávica, pero es difícil leyendo este libro no pensar en ella: en sus luchas fratricidas nunca consumadas o en las venganzas históricas pendientes de una mejor ocasión. De todas maneras, son necesarias (y bienvenidas por el lector) las pinceladas históricas con las que inicia la mayoría de estos relatos para situarnos en ese momento de finales del siglo XX.  


Es curioso entroncar esa visión con la mirada que se hace en un momento del libro de la literatura bosnia, “un tipo de narración establecido por Ivo Andric y Mesa Selimovic, caracterizado por el fatalismo y la voluntad de captar la tragedia tanto de Bosnia como de la condición humana. Las nuevas generaciones intentan socavar ese modelo, al que, pese a admirar a Andric y Selimoc, Nihad (el protagonista de la historia referida en ese momento) formula dos reproches. El primero es que el marco de la acción es siempre el Imperio otomano y la Bosnia contemporánea solo se aborda de refilón. El segundo es la casi completa falta de humor, cuando es un rasgo esencial de la cultura bosnia”. 


Otra vez el humor como alma de los pueblos oprimidos o condenados.  


Por mi edad tampoco puedo dejar de identificarme con otro párrafo: “la generación bosnia nacida a mediados de los setenta ha quedado atrapada entre dos mundos, uno que ya no existe y otro al que jamás pertenecerá del todo. Crecieron en una Yugoslavia todavía estable, educados en los valores de la Unidad y la Fraternidad y, desde la adolescencia, se interesaron por la cultura urbana. No obstante, su paso a la edad adulta quedó truncado por la guerra, que convirtió a estos cachorros del socialismo en carne de cañón. Ningún grupo de edad quedó tan diezmado por la violencia”. 


El impacto que me causó en su momento esta guerra también está provocado por algo similar: la percepción al final de la adolescencia de un mundo que estaba transformándose, que estaba periclitando y que de su seno podía surgir esa bilis. Tal vez por eso lo he visto siempre tan inquietantemente cercana. 


martes, 21 de diciembre de 2021

LA NOVIA PRUSIANA

La novia prusiana, de Yuri Buida. Automática Editorial. Traducción de Yulia Dobrovólskaya y Jose María Muñoz Rovira


Znamenesk, la ciudad natal de Yuri Buida (uno de los autores rusos actuales más destacados) no siempre se llamó así. Durante siglos, tal como menciona Buida en algunos de estos relatos se llamó Wehlau. Y como también recuerda en varias ocasiones los ríos de su infancia no siempre se llamaron como se llaman hoy en día. Fue tras la ocupación soviética de la antigua Prusia Oriental, arrebatada a Alemania tras la derrota del nazismo que los soviéticos traídos como colonos a estas tierras (entre ellos los padres del escritor) renombraron estos lugares tal como son nombrados hoy en día. 

Únicamente dos cosas parecen perdurar de aquellos siglos, aquello que los expulsados no se pudieron llevar consigo: los muertos y los adoquines de las calles, tan pulidos y perfectos. Estos dos elementos aparecen en múltiples ocasiones como un recuerdo constante a los nuevos colonos venidos de todo el amplísimo espacio soviético que allí los fantasmas del pasado no hablarán su lengua. 

Así como Zagajewski en Dos ciudades nos recuerda los dilemas del desarraigo de los ciudadanos polacos que como él y su familia fueron desplazados hacia el oeste junto a su país para poblar ciudades que habían sido vaciadas de sus pobladores alemanes, las narraciones de Buida también recrean esas contradicciones y busca en sus cuentos crear un espacio mítico personal a falta de uno colectivo. Porque eso es lo que hace Buida con estos cuentos: poblar ese mundo, el mundo de su infancia, de nuevos mitos con las vidas de todos aquellos que llegaron hasta allí. De hecho, es un libro publicado originalmente en 1998 pero que ha ido ampliándose con los años con nuevas narraciones, lo que lo convierte en un auténtico microcosmos que, aunque desaparecido en la realidad sigue creciendo en la literatura. 

De la mano en ocasiones del realismo mágico y con un peculiar y triste sentido del humor, nos muestra la cruda realidad cotidiana de una multitud de personajes. Aunque algunos de ellos aparecen en varios de los cuentos (como Liosha el policía o Shéberstov el médico) cada una de las narraciones suele centrarse en algún habitante de la ciudad. Personajes desarraigados que llegan del resto de la URSS a repoblar esas tierras, que parecen no tener un pasado y cuyo presente no es mucho más alentador. Son historias sórdidas de supervivencia cotidiana en un mundo hostil, lejos de la fantasía socialista que en esos años (estamos hablando de la década de los 50-60 del siglo pasado) se quería exportar al mundo. 

Al final, la imagen que nos queda de ese espacio, de la gloria de los caballeros Teutónicos o de los grandes campos de batalla donde lucharon varios pueblos por la supremacía de Europa, se parece más bien a la de una especie de vertedero, un vertedero de la historia donde van a parar personas y vidas. 



sábado, 20 de febrero de 2021

BARRO MÁS DULCE QUE LA MIEL

Barro más dulce que la miel, voces de la Albania comunista, de Margo Rejmer. La Caja Books, traducción de Ernesto Rubio y Agata Orzeszek.


Podría decirse que de alguna manera los regímenes dictatoriales que asolaron Europa durante el siglo XX tienen algo de literario, como si fueran diferentes recreaciones kafkianas de la realidad, cada una de ellas un nuevo alarde en lo absurdo. Y los dictadores que los dirigieron probablemente no pasarían de ser personajes mediocres: planos, ridículos, imposibles de retratar de forma más abyecta. Tal vez demasiado mediocres para aparecer en una novela digna de ser llamada como tal pero no para dirigir regímenes opresores. Y es probable que en el cénit de ese absurdo (sin menospreciar al resto) esté la Albania de Hoxha.

Puede parecer que tras treinta años poco más se pueda decir de aquellas dictaduras pero lo cierto es que era difícil encontrar por aquí algún libro que nos hablara de primera mano de aquel lugar olvidado de Europa, y no tanto para explicarnos lo sucedido si no para dar voz a los que vivieron bajo ese régimen. 

Albania ha sido objeto de cierta atención en momentos esporádicos de la historia, como los ya míticos viajes de Edith Durham a inicios del siglo XX, poco antes del inicio de las guerras balcánicas que darían un vuelco al mapa de es región, o durante el periodo de entreguerras que reflejó Joseph Roth en sus artículos periodísticos (algunos publicados recientemente dentro de la recopilación Años de hotel), o más recientemente durante el desmembramiento de Yugoslavia tras la caída del muro de Berlín.  En cambio Margo Rejmer (Varsovia 1985) llega para escribir desde las ruinas de ese mundo, cuando ya todo pasó y queda únicamente la memoria de los que lo vivieron, tal vez recordando la necesidad de que cada generación no olvide el pasado.

El formato que elige es similar al de Svetliana Alexievich: que los testimonios hablen libremente por sí solos, dejando derramar su vida y su memoria, y tras escucharlos es inevitable que nos preguntemos si todo aquello fue real. ¿Realmente fue posible un país donde todo el mundo se sintiera espiado, donde cualquiera podía ser un delator, donde cualquier inocente comentario entre conocidos podía llevarte a prisión, con un líder tan seguro en esa pirámide de terror?. Cuesta creer que eso llegara a existir hasta ese extremo: un Estado tan sólidamente construido sobre el miedo que ensombrece cualquier apuesta distópica que la literatura sea capaz de crear. 

Todas las dictaduras tienen sus nostálgicos, y por difícil que pueda parecer después de leer este libro, Rejmer también se topó con ellos. Como ha pasado en otros países de su entorno, la llegada de la democracia y el capitalismo no ha traído consigo el paraíso prometido, menos todavía al que fuera el país más pobre del continente. Tal vez sea que muchos no quieran renunciar a lo que fuera el mundo de su infancia o de su juventud y pretendan reconstruir un pasado edulcorado que nunca existió.


viernes, 21 de agosto de 2020

DANIEL MENDELSOHN, UNA ODISEA

 Una Odisea, de Daniel Mendelsohn. Editorial Seix Barral, traducción de Ramón Buenaventura.


Recuerdo haber visto este libro pervivir durante largo tiempo en diversas páginas web y estantes virtuales de varias librerías, sin hacer demasiado ruido pero recopilando opiniones unánimemente favorables. Esa persistencia me hacía pensar que era un libro al que valía la pena acercarse.

Daniel Mendelsohn, profesor de lenguas clásicas en una Universidad norteamericana, dirigió en su momento un seminario sobre la Odisea de Homero a la que por sorpresa su padre, matemático que había desarrollado una envidiable carrera profesional en centros de investigación de prestigio (y que de joven ya había manifestado interés por el mundo clásico), pidió asistir como oyente.

Desde el inicio apreciamos la fuerte personalidad de su padre y la distancia que intuimos existe entre ambos, por lo que su presencia en ese seminario será el punto de partida para que el autor indague en la verdadera personalidad de su padre. 

La narración se articula a partir de lo acaecido durante ese seminario y a partir de ahí se mueve hacia el pasado (o el futuro) buceando en su historia familiar, intentando encontrar una imagen verosímil de su padre que en ocasiones le parecía un auténtico desconocido.

El libro se estructura alrededor de una parte más erudita que tiene que ver con la descripción del texto de Homero (la descripción e interpretaciones de los diversos pasajes de la Odisea, el estudio de su contexto histórico, las lecturas que ha tenido el poema a lo largo de la historia, la propia existencia real o no de Homero, o las experiencias del propio autor como alumno de lenguas clásicas, etc) y a partir de ahí las intervenciones de los jóvenes asistentes al seminario alrededor de la interpretación del texto, que poco a poco se hacen más atrevidas hasta llegar a poner en duda ciertas ideas preconcebidas por el autor acerca del texto homérico y su interpretación. 

En paralelo a ello, y a raíz de los temas planteados al escrutar la Odisea, el autor empieza a plantear diversos aspectos de la relación con su padre, y lo hace al hilo de las intervenciones en clase de su progenitor ya que, a pesar de haber prometido a su hijo mantenerse al margen, desde el primer momento no duda en intervenir con opiniones que se van haciendo poco a poco no sólo más frecuentes sino también más contundentes, a las que tan proclive es por su carácter.

Al hilo de ello se plantea la duda sobre la heroicidad real de Odiseo (que es el nombre que se usa en lugar del latinizado Ulises) ya que recibe la ayuda frecuente de los dioses (confrontado con los humildes orígenes del padre del autor), la relación con su madre (al abordar la de Odiseo con Penélope), o incluso con su propio hijo (personificado en Telémaco), hasta llegar a la visión de la muerte una vez llegados a los últimos versos del poema. 

Tal vez el lector espera (o eso era mi caso) que afloraran revelaciones más inconfesables entre ambos (el tema de la homosexualidad del autor, por ejemplo no presenta problema alguno para el padre), pero esto no es una novela. Es una indagación sobre la relación del autor con su padre y un intento de revelar la naturaleza real de éste. Sobre acontecimientos del pasado que desconocía, o sobre las motivaciones reales que llevaron a su padre a tomar ciertas decisiones cuyo motivo creía conocer, y que le han permitido tener una dimensión "más mortal" y falible de su propio padre.

Y las conclusiones que obtiene tal vez nos interrogue a nosotros mismos sobre qué conocemos de los demás o qué pueden llegar a conocer los otros (nuestros propios hijos, por ejemplo) de nosotros mismos.

Probablemente la lección final la tenemos en las versiones contemporáneas del poema épico en boca de Tennyson y Kavafis (también mencionadas aquí), que nos hablan de una Ítaca no como un lugar real y tangible sino como camino y objetivo en la vida.


viernes, 7 de agosto de 2020

EL VERANO QUE MI MADRE TUVO LOS OJOS VERDES




El verano que mi madre tuvo los ojos verdes, de Tatiana Tîbuleac. Editorial Impedimenta, traducción de Miram Ochoa de Eribe

Tuve ocasión de acercarme antes a esta novela, cuando ya por entonces recogía el elogio unánime no sólo de la crítica sino también de los lectores. Tras dilatar su lectura durante tanto tiempo es fácil encontrarme ahora con una novela que no va a ser del todo lo esperado. La expectativa en literatura no suele ser buena consejera.

El inicio marca muy bien el tono que pretende este libro: el odio por parte del protagonista (Aleksy) hacia su madre, descrito en primera persona. Un odio visceral, sin tregua (del que más tarde conoceremos su origen), todo ello enmarcado en el seno de una familia desestructurada de emigrantes de Europa del Este afincados en Londres, aunque esto último no tenga excesiva importancia en el desarrollo de la novela: no ha pretendido esta escritora moldava una referencia excesiva hacia sus orígenes (aunque el desarraigo de sus protagonistas no deje de jugar su papel), sino explicarnos una historia extrapolable a cualquier lugar del mundo sin que nos condicione que esté escrita originalmente en lengua rumana.

La perspectiva de un verano con su madre en un pueblo de Francia no hace sino afilar más todavía esa prosa autodestructiva, escrita por alguien que además sufre una serie de problemas psicológicos que lo llevan a protagonizar ataques de ira que en el pasado ya le acarrearon serios problemas.

La novela se estructura en multitud de capítulos de escuetas dimensiones, lo que permite ir construyendo la historia a partir de pequeñas situaciones, centrándose en ciertos momentos o estados de ánimo, y sobretodo le permite moverse en el tiempo: tanto hacia el convulso pasado donde poco a poco intuimos el origen de todo, como hacia un no más prometedor futuro donde su vida ha cambiado totalmente y desde donde, como recomendación de un psicólogo, está escribiendo este libro, intentando plasmar los momentos claves de ese verano que condicionará su futuro. Ello nos permite ir entendiendo el origen de ese lenguaje empozoñado y de sus ataques de ira.

El lenguaje también creo que es fiel reflejo de esos bruscaos cambios de ánimo provocados por sus problemas psicológicos, pasando de una prosa afilada e hiriente a imágenes más líricas con la que recuerda ciertos momentos de su vida, llegando a imágenes como “la cogí en brazos y la deposité poco a poco en el agua, como un velero de papel”.

Y entre esos capítulos aparecen pequeños párrafos de a penas una línea, como versos caídos de algún poema, que tienen como centro los verdes ojos de su madre, que van modulando la historia secretamente y donde vamos viendo cómo cambia la visión de Aleksy hacia ella, especialmente a partir del momento que lo hace conocedor de sus graves problemas de salud.

Tal vez sea lo que me haya decepcionado un poco al final: ese cambio de tono ahora más contenido y conciliador, un poco drástico tras las páginas anteriores. Tal vez se podría haber explotado más el conflicto entre la nueva situación que viven ambos con el turbulento pasado y los agravios hacia una infancia en parte desaprovechada. Entiendo que a partir de ese momento es su madre quien parece querer escribir su historia, explicar todo aquello que la ha llevado a ser como es y arrojar luz sobre la infancia de Aleksy.

De todas maneras la novela no cae en un exceso sentimentalismo y no llega a ser una conciliación al uso: el monólogo de Aleksy, que nos lleva a través de la historia, cede a sus instintos autodestructivos pero no deja nunca el tono agridulce.

Además, queda el humor, un humor negro que se mueve desde la descripción irritante de cualquier peculiaridad de su madre a una visión algo más reconciliadora de su nueva vida : “mi  madre parecía una planta de interior sacada al balcón. Yo parecía un criminal lobotizado. Éramos, por fin, una familia”, o bien lamentando los años de su infancia que prefiere olvidar ahora que empieza a conocer a su madre de verdad: “¿Por qué no había empezado mi madre a morirse antes?”.

En definitiva una exploración sobre los sentimientos maternofiliales, nada nuevo tal vez visto así, pero donde la autora se arriesga a caminar a través de un arriesgado sendero entre la emoción y la crudeza. 





sábado, 28 de septiembre de 2019

EL DESCONCIERTO, DE BEGOÑA HUERTAS, O CÓMO LA LITERATURA NOS AYUDA ENTE EL CÁNCER

El desconcierto, de Begoña Huertas; editorial Rata.

Encontré este libro por casualidad en la biblioteca pública, atraído simplemente por su aspecto virginal pendiente todavía de su primer lector, por su edición sobria pero cuidada y tal vez por alguna olvidada referencia a la editorial. Ninguna referencia (al menos consciente) ni a la autora ni al propio libro. A veces algunos descubrimientos surgen así.


Enseguida me gustó el título con el que Begoña Huertas titula esta experiencia de la lucha contra el cáncer: El Desconcierto. Porque probablemente sea la mejor manera de describir ese primer momento en el que se nos anuncia la enfermedad. Creo que no sería miedo o desesperación (eso vendría luego, supongo) sino sobretodo desconcierto. 


Es un libro que parece partir de la idea de usar la literatura “para componer la armonía rota por el cáncer” como ella misma señala en algún momento pero escrito tras la enfermedad a partir de los sedimentos de emociones y vivencias acumulados, notas apresuradas, recuerdos y lecturas.


De entrada el libro se enfoca en indagar, en busca de unas primeras respuestas, en cómo la literatura ha tratado la enfermedad como tema al hilo de recopilar material para una novela que la autora tenía en mente escribir. Y su sorprendente conclusión es que la literatura ha evitado el tema de la enfermedad de forma clara y directa. Sólo en ocasiones la locura o algo tan genérico como las enfermedades del alma. Como mucho algunas enfermedades que se rodearon en su momento de cierto romanticismo como los enfermos tuberculosos de “La montaña mágica” (tan lejanos en ese sentido a otras enfermedades más actuales como el sida), o incluso tal vez la propia muerte han sido tratadas en varias ocasiones por la literatura, pero ésta parece evitar sistemáticmente el deterioro físico que implica la enfermedad y sus consecuencias. Solo se hace mención de una digna excepción: “La muerte de Ivan Illich”, de Tolstoi. 


Únicamente desde propuestas que entrarían dentro de los llamados libros de “no ficción” se ha venido abordando en ocasiones de manera más clara, como “Bajo el signo de Marte” del suizo Zorn, o “De vidas ajenas” de Emmanuel Carrère, aunque la visión de la enfermedad como consecuencia psíquica de la mente que en ocaesiones parecen compartir ambos no la comparta la autora en absoluto. 


Todo ese afán de lecturas diversas para poderse pertrechar ante ese desconcierto inicial y poder afrontar la enfermedad. A partir de ahí el libro se abre a su experiencia directa del viacrucis del cáncer y todas las fases y situaciones que van apareciendo: la constatación de la difícil comunicación entre una persona sana y un enfermo (“parece que se trate de dos especies humanas diferentes”), la “deshumanización” del cuerpo ante un proceso de tratamientos y pruebas que suceden a veces con cotidianidad insoportable, el escaso poder de decisión que el paciente tiene en diversas situaciones o la terapia psicoanalítica a la que se sometió en cierto momento de su enfermedad.        


El libro tiene una estructura que participa de muchos géneros a la vez: el de memorias, el ensayístico y en ocasiones el de la propia novela (cuando por ejemplo retrata  los diversos compañeros de habitación con los que ha de convivir), salpicado a su vez un poco al estilo Sebald de fotografías o diagramas hechos a mano alzada.


Al hilo de la referencia al libro de Carrère antes mencionado recordaba la frase de una de sus protagonista al hablar sobre un cáncer sufrido de joven donde lamentaba la sobreprotección desmedida de su familia durante todo ese tiempo en el que “no le habían dejado vivir su enfermedad”. Supongo que me vino a la cabeza precisamente porque creo que el afán de este libro es precisamente ese: dejar constancia no solo de una supervivencia a la enfermedad sino del intento, totalmente exitoso creo, de construir la propia identidad dentro de ella, y de lo que la literatura suponía para ella a la hora de entender ese largo proceso.