Desencajada, de Margaryta Yakovenko. Editorial Caballo de Troya.
La actualidad puede no ser una buena aliada para ciertos libros, por mucho que la oportunidad del momento ayuden a hacerlos más visibles. Básicamente porque pueden ser leídos de manera equivocada.
Tal vez eso le pase a este libro de la española nacida en Ucrania (y de lengua rusa) Margaryta Yakovenko. ¿Nos ayudará a entender la guerra que asola su país de origen?. En absoluto era esa la intención. De hecho la marcha de su famlia hacia España se produjo durante la primera mitad de los '90, justo cuando un nuevo país nacía y todavía arrastraba la herencia mastodóntica de la URSS, que como vemos hoy en día tal vez nunca acabó de irse.
Aquí de lo que se habla es de la emigración y de todos los dilemas que conlleva: el desarraigo (“similar a la palabra desgarro”), los conflictos con la lengua, y muy particularmente esa enfermedad que corroe los huesos de los que la sufren: la nostalgia.
No es la escritora literalmente la protagonista de este libro, pero no podemos dejar de imaginarnos que su periplo no haya sido el mismo. Probablemente hay que escribir desde cierta distancia para tratar de ciertos temas.
El libro tiene la extensión escueta pero justa, y podemos dividirlo en dos partes: la primera donde recuerda la dureza de los primeros años en España, coincidiendo con un momento de crisis personal y sentimental, y la segunda cuando decide visitar de nuevo Ucrania, en este caso su Mariupol natal buscando una cura para esa nostalgia que no la deja respirar.
“Me siento libre pero a la vez noto una inquietud a la altura del esternón. Una agitación, un pálpito que me pone nerviosa. Me siento con la obligación de encontrar aquello que llevo años buscando, desentrañar la nostalgia. Ir al origen de la pérdida, buscar el núcleo del dolor y despiezarlo para analizar cada una de las partes que lo contienen. Para así poder entenderlo. Para dejar de sentirlo”.
Una ciudad que nos retrata herrumbrosa y oscura, donde los escarceos de un conflicto siempre pendiente parecen estar al acecho, y que a pesar del tiempo pasado sigue siendo reconocible entre otras cosas porque “la gente de mis recuerdos sigue siendo al gente que veo en las aceras, apenas unas manchas negras que pasan ante mis ojos”.
Es curiosa la referencia que hace al síndrome de Ulises, ese estrés traumático que sufren los que han dejado atrás su patria natal y sufren por no ver refrendadas sus esperanzas de rehacer su vida en otro lugar. Porque como recuerda “nadie te dice que Ulises ya no sabe volver a casa porque ya no existe ningún lugar en el mundo que pueda sentir como casa”, que es lo que sufren los que han emigrado.
Me da la impresión que hay una intención de verbalizar con este libro sentimientos y experiencias tan difíciles de explicar como el desarraigo y la emigración, y intuyo que no habrá sido fácil de escribir. Probablemente porque están llenas de sensaciones, imágenes y sentimientos asociados a la propia vida, la vida vivida por uno mismo y que en ocasiones eluden ser narradas. Sin olvidar tampoco el desarraigo lingüístico: el hecho de vivir en dos lenguas que son con las que ha interpretado la realidad a lo largo de su vida.
No sé si será el caso o no, pero en ocasiones parece que ha de ser otra lengua que no sea la materna la única que pueda explicar y verbalizar la experiencia del pasado.